jueves, 27 de enero de 2011

ETAPA 19: RABANAL DEL CAMINO - PONFERRADA

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Viernes, 15-10-2010: De Rabanal del Camino a Ponferrada (32 Km.)
  
El largo descenso hasta el Valle del Sil

Frío a primera hora. Sol, cielos despejados y temperaturas agradables el resto del día.


Desde una altitud de 1.150 metros, en la etapa de hoy saldré de Rabanal del Camino para superar el Puerto de Foncebadón, donde a 1.490 metros me espera la Cruz de Ferro, y volveré a descender luego hasta los 510 en que se encuentra el puente que cruza el Río Boeza, por el que se entra a Ponferrada. Por tanto, lo verdaderamente significativo no es la subida al puerto, por mucho que sea el obstáculo más elevado del Camino Francés, sino la prolongada bajada que viene después, a veces complicada por algún tramo pedregoso de torrentera, en la que hay que llevar las piernas muy a tono para evitar que sufran las rodillas o los tobillos, y bajar muy atento para que una mala pisada o un resbalón no provoquen alguna caida. Hoy más que ningún otro día es fundamental llevar el apoyo de un buen bastón que me ayude a  descargar el peso y a mantener en todo momento la posición vertical.

Todavía es de noche y antes de que enciendan las luces del dormitorio ya estoy recogiendo todo mi equipo. Para no molestar, salgo a vestirme a los servicios del exterior. Habrá que abrigarse bien, porque a estas horas hace bastante frío. Camiseta térmica, bufanda, guantes, chubasquero... hasta que el sol no esté bien elevado emplearé todo mi arsenal. Me dan escalofríos al ver a alguno que está desayunando en el patio del albergue, en la barra exterior del bar, gente muy curtida. Yo me acercaré al mesón que hay delante de la iglesia, que tienen una temperatura más agradable. Un zumo de naranja, café con leche doble y unas tostadas con aceite de oliva y mermelada, para no variar. Cuando empieza a despuntar el día ya estoy camino arriba por la calle principal, y pronto veré la espadaña de la Iglesia de la Asunción desde la lejanía. Bonita vista al mirar hacia atrás.

La subida no es difícil, ya que el camino es amplio y va ganando altura progresivamente sin necesidad de grandes esfuerzos, pero el cuerpo entra en calor con rapidez. En poco más de una hora tengo frente a mí el núcleo de Foncebadón, unas cuantas casas a la vera del camino.


La pequeña iglesia permanece cerrada a cal y canto, y el poblado da una triste impresión de abandono  por la situación cercana a la ruina de alguna de sus casas. Los únicos habitantes parecen ser los que atienden el restaurante y el albergue, donde alguno de mis compañeros de ruta hace ya una primera parada de descanso.



En una zona de pradera a la salida del pueblo se ve  un solitario establo con ganado, y después de un falso llano, entre brezos, matorrales y monte bajo, la subida continúa sin sobresaltos hasta el puerto. Por una senda pedregosa se llega a la parte más elevada del Monte Irago, una zona arbolada donde, sobre un montículo de piedras, aparece hincado el mástil de madera  que soporta la Cruz de Ferro.


El montículo se ha ido agrandando por las aportaciones de muchos peregrinos, que  con el paso del tiempo han ido haciendo tradición el hecho de transportar hasta allí una piedra recogida al inicio de su camino y a la que hacen depositaria de sus deseos. Se encuentran inscripciones y grabados de todos los tipos, y también algún canto de considerable tamaño. Desconozco si se ha visto cumplido el deseo de su porteador pero, a buen seguro, su espalda se lo habrá agradecido.


Un par de kilómetros más adelante se encuentra Manjarín, una aldea abandonada donde Tomás, un madrileño que decidió asentarse entre las ruinas del lugar, ha levantado y mantiene un curioso albergue que ya es toda una institución entre los peregrinos. Abierto todo el año, sin duchas, calefacción ni WC, con una decoración a medio camino entre la espiritualidad de los templarios y la santería, y ambientado con música medieval, tañidos de campana y humo de hoguera, es un lugar recomendable para detenerse al menos unos minutos y tomar un café que se ofrece sólo a cambio de la voluntad.


Tras una nueva subida en la que se disfrutan unas excelentes panorámicas de montaña, comienza el verdadero descenso hacia el Valle del Bierzo. Dejando a un lado la carretera, algún tramo de pendiente pronunciada y con mucha piedra suelta nos deja a la entrada de El Acebo, un típico pueblo berciano con iglesia, casas de piedra cubiertas de pizarra, balcones de madera, grandes portones con rejas, cerrojos y aldabas, y muchas macetas con geranios. Algún perro guardián, que aprovecha los agradables rayos del sol del mediodía, contempla el paso de los peregrinos con aire despreocupado.  El lugar es agradable para detenerse y la hora es buena para tomar un bocata de cecina y una potente jarra de cerveza.


Continuando sin más tregua por la exigente bajada, se entra un poco más adelante en Riego de Ambrós, otro pueblo de características similares, parecidas balconadas de madera, y también con su iglesia. A la salida, por un tortuoso sendero se atraviesa un riachuelo.  A pesar de que el itinerario tiene una dificultad elevada y un riesgo evidente, varias bicicletas bajan pidiendo paso. Una zona arbolada y algún castaño de gran tamaño me encarrilan ya hacia el tramo final del descenso hasta el fondo del valle. Allí se encuentra Molinaseca, a mi juicio, uno de los pueblos más sugerentes por los que he ido pasando a lo largo del Camino.


Poco antes de llegar, nos encontramos de frente con el Santuario de las Angustias, y en el centro del pueblo, sobre una pequeña elevación, se alza la Iglesia de San Nicolás, que con su recia torre neoclásica compone la silueta mas conocida de la localidad. Se accede a la población cruzando el Río Meruelo a través de un puente romano reformado en el siglo XVI.



Al otro lado nos espera la impresionante Calle Real, perfectamente empedrada, que luce en toda su longitud multitud de casonas medievales con balcones de madera o de forja. Son de destacar la Casa-Torre del Siglo XII en la que se alojaba la reina Doña Urraca en sus desplazamientos a Galicia y el Palacio de los Balboas. También se puede disfrutar de varios locales de hostelería muy bien acondicionados y que conservan fielmente el ambiente acogedor del resto de la villa.



Una vez superado el malestar que mermaba mis fuerzas en el día anterior, y después de disfrutar durante lo andado hasta aquí de los paisajes de montaña con sus panorámicas abiertas y de los hermosos rincones que iba encontrando a cada paso, el tramo de casi nueve kilómetros que queda hasta el final de la etapa me resulta decepcionante. Casi hora y media en que no se abandona el asfalto. A partir del pequeño núcleo de Campo ya se ve cerca la ciudad de Ponferrada, pero hay que dar un gran rodeo para atravesar el Puente sobre el Río Boeza que, aunque de construcción medieval, se levantó sobre otro preexistente de origen romano.



El único albergue de la capital del Bierzo se encuentra en una gran explanada a la entrada del núcleo urbano, junto a la Avenida del Castillo. Se trata de un edificio de construcción moderna dentro de un recinto  que engloba un amplio patio ajardinado y una capilla de construcción barroca dedicada a la Virgen del Carmen.



Es un albergue público con capacidad para 185 personas distribuidas en pequeñas habitaciones de cuatro plazas que estaba prácticamente vacío cuando llegué a eso de las tres de la tarde. A pesar de ello, el hospitalero de turno no me dejó elegir y me asignó la cama superior de  una litera con la que, junto a los otros tres que me habían precedido, completaba la capacidad del dormitorio. La litera era francamente alta, por lo que me tocaba un curso de escalada después de la completa jornada de senderismo ¡Montaña a tope!

En las horas siguientes, mientras organizaba mis dominios y dejaba el equipo listo para la próxima etapa, el albergue se fue llenando de peregrinos, muchos de los cuales disfrutaban en el jardín de la tarde soleada. Antes de salir, dediqué unos minutos a visitar la Capilla del Carmen, construida en el Siglo XVII y cuyo elemento principal es un torneado retablo con una imagen de la Virgen de los Carmelitas en el centro.

La que hoy es una ciudad con más de 60.000 habitantes, nació como Puebla de San Pedro en el actual  Barrio de Puente Boeza, en torno al Ponte Ferrato que se construyó en el Siglo XI para facilitar el paso de peregrinos, y cuya protección se encomendó a los Templarios,  que se asentaron en una fortaleza  próxima construida en la confluencia de los ríos Sil y Boeza.



Además del Castillo de los Templarios, en el casco histórico merece la pena visitar el templo dedicado a la patrona del Bierzo, la Basílica de la Virgen de la Encina, con una esbelta torre renacentista, la Torre del Reloj, antigua puerta de entrada a la villa, y la Casa Consistorial, de estilo barroco, situada en la Plaza Mayor. Como ya conocía la ciudad, por haber estado recientemente en El Bierzo con motivo de varias pruebas deportivas,  la visita fue rápida, sólo para comprobar que cada cosa seguía en su sitio.


Antes de volver al albergue pasé por un súper a comprar cuatro cosas con que componer mi cena de hoy y el desayuno del dia siguiente. Me gustó la experiencia de dos días atrás y repetí la fórmula. Se gana tiempo y se ahorra dinero ya que, aunque en pequeñas cantidades, se va sembrando pródigamente a lo largo de todo el Camino.

Al entrar en el dormitorio mis compañeros ya estaban acostados. En ese momento me percaté de una de las grandes carencias de este albergue: No tiene un cuarto aparte donde dejar que se airee la principal herramienta de los peregrinos, el calzado. "Se cortaba el ambiente con cuchillo y tenedor" .



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1 comentario:

Be* dijo...

Uff, qué tufo tenía que haber en ese cuarto, me acaba de venir de repente el olor del gimnasio universitario solo de pensarlo, jajajaja.

Y también tengo un repentino antojo de cecina...maldito cerebro sugestionable...