jueves, 27 de enero de 2011

ETAPA 19: RABANAL DEL CAMINO - PONFERRADA

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Viernes, 15-10-2010: De Rabanal del Camino a Ponferrada (32 Km.)
  
El largo descenso hasta el Valle del Sil

Frío a primera hora. Sol, cielos despejados y temperaturas agradables el resto del día.


Desde una altitud de 1.150 metros, en la etapa de hoy saldré de Rabanal del Camino para superar el Puerto de Foncebadón, donde a 1.490 metros me espera la Cruz de Ferro, y volveré a descender luego hasta los 510 en que se encuentra el puente que cruza el Río Boeza, por el que se entra a Ponferrada. Por tanto, lo verdaderamente significativo no es la subida al puerto, por mucho que sea el obstáculo más elevado del Camino Francés, sino la prolongada bajada que viene después, a veces complicada por algún tramo pedregoso de torrentera, en la que hay que llevar las piernas muy a tono para evitar que sufran las rodillas o los tobillos, y bajar muy atento para que una mala pisada o un resbalón no provoquen alguna caida. Hoy más que ningún otro día es fundamental llevar el apoyo de un buen bastón que me ayude a  descargar el peso y a mantener en todo momento la posición vertical.

Todavía es de noche y antes de que enciendan las luces del dormitorio ya estoy recogiendo todo mi equipo. Para no molestar, salgo a vestirme a los servicios del exterior. Habrá que abrigarse bien, porque a estas horas hace bastante frío. Camiseta térmica, bufanda, guantes, chubasquero... hasta que el sol no esté bien elevado emplearé todo mi arsenal. Me dan escalofríos al ver a alguno que está desayunando en el patio del albergue, en la barra exterior del bar, gente muy curtida. Yo me acercaré al mesón que hay delante de la iglesia, que tienen una temperatura más agradable. Un zumo de naranja, café con leche doble y unas tostadas con aceite de oliva y mermelada, para no variar. Cuando empieza a despuntar el día ya estoy camino arriba por la calle principal, y pronto veré la espadaña de la Iglesia de la Asunción desde la lejanía. Bonita vista al mirar hacia atrás.

La subida no es difícil, ya que el camino es amplio y va ganando altura progresivamente sin necesidad de grandes esfuerzos, pero el cuerpo entra en calor con rapidez. En poco más de una hora tengo frente a mí el núcleo de Foncebadón, unas cuantas casas a la vera del camino.


La pequeña iglesia permanece cerrada a cal y canto, y el poblado da una triste impresión de abandono  por la situación cercana a la ruina de alguna de sus casas. Los únicos habitantes parecen ser los que atienden el restaurante y el albergue, donde alguno de mis compañeros de ruta hace ya una primera parada de descanso.



En una zona de pradera a la salida del pueblo se ve  un solitario establo con ganado, y después de un falso llano, entre brezos, matorrales y monte bajo, la subida continúa sin sobresaltos hasta el puerto. Por una senda pedregosa se llega a la parte más elevada del Monte Irago, una zona arbolada donde, sobre un montículo de piedras, aparece hincado el mástil de madera  que soporta la Cruz de Ferro.


El montículo se ha ido agrandando por las aportaciones de muchos peregrinos, que  con el paso del tiempo han ido haciendo tradición el hecho de transportar hasta allí una piedra recogida al inicio de su camino y a la que hacen depositaria de sus deseos. Se encuentran inscripciones y grabados de todos los tipos, y también algún canto de considerable tamaño. Desconozco si se ha visto cumplido el deseo de su porteador pero, a buen seguro, su espalda se lo habrá agradecido.


Un par de kilómetros más adelante se encuentra Manjarín, una aldea abandonada donde Tomás, un madrileño que decidió asentarse entre las ruinas del lugar, ha levantado y mantiene un curioso albergue que ya es toda una institución entre los peregrinos. Abierto todo el año, sin duchas, calefacción ni WC, con una decoración a medio camino entre la espiritualidad de los templarios y la santería, y ambientado con música medieval, tañidos de campana y humo de hoguera, es un lugar recomendable para detenerse al menos unos minutos y tomar un café que se ofrece sólo a cambio de la voluntad.


Tras una nueva subida en la que se disfrutan unas excelentes panorámicas de montaña, comienza el verdadero descenso hacia el Valle del Bierzo. Dejando a un lado la carretera, algún tramo de pendiente pronunciada y con mucha piedra suelta nos deja a la entrada de El Acebo, un típico pueblo berciano con iglesia, casas de piedra cubiertas de pizarra, balcones de madera, grandes portones con rejas, cerrojos y aldabas, y muchas macetas con geranios. Algún perro guardián, que aprovecha los agradables rayos del sol del mediodía, contempla el paso de los peregrinos con aire despreocupado.  El lugar es agradable para detenerse y la hora es buena para tomar un bocata de cecina y una potente jarra de cerveza.


Continuando sin más tregua por la exigente bajada, se entra un poco más adelante en Riego de Ambrós, otro pueblo de características similares, parecidas balconadas de madera, y también con su iglesia. A la salida, por un tortuoso sendero se atraviesa un riachuelo.  A pesar de que el itinerario tiene una dificultad elevada y un riesgo evidente, varias bicicletas bajan pidiendo paso. Una zona arbolada y algún castaño de gran tamaño me encarrilan ya hacia el tramo final del descenso hasta el fondo del valle. Allí se encuentra Molinaseca, a mi juicio, uno de los pueblos más sugerentes por los que he ido pasando a lo largo del Camino.


Poco antes de llegar, nos encontramos de frente con el Santuario de las Angustias, y en el centro del pueblo, sobre una pequeña elevación, se alza la Iglesia de San Nicolás, que con su recia torre neoclásica compone la silueta mas conocida de la localidad. Se accede a la población cruzando el Río Meruelo a través de un puente romano reformado en el siglo XVI.



Al otro lado nos espera la impresionante Calle Real, perfectamente empedrada, que luce en toda su longitud multitud de casonas medievales con balcones de madera o de forja. Son de destacar la Casa-Torre del Siglo XII en la que se alojaba la reina Doña Urraca en sus desplazamientos a Galicia y el Palacio de los Balboas. También se puede disfrutar de varios locales de hostelería muy bien acondicionados y que conservan fielmente el ambiente acogedor del resto de la villa.



Una vez superado el malestar que mermaba mis fuerzas en el día anterior, y después de disfrutar durante lo andado hasta aquí de los paisajes de montaña con sus panorámicas abiertas y de los hermosos rincones que iba encontrando a cada paso, el tramo de casi nueve kilómetros que queda hasta el final de la etapa me resulta decepcionante. Casi hora y media en que no se abandona el asfalto. A partir del pequeño núcleo de Campo ya se ve cerca la ciudad de Ponferrada, pero hay que dar un gran rodeo para atravesar el Puente sobre el Río Boeza que, aunque de construcción medieval, se levantó sobre otro preexistente de origen romano.



El único albergue de la capital del Bierzo se encuentra en una gran explanada a la entrada del núcleo urbano, junto a la Avenida del Castillo. Se trata de un edificio de construcción moderna dentro de un recinto  que engloba un amplio patio ajardinado y una capilla de construcción barroca dedicada a la Virgen del Carmen.



Es un albergue público con capacidad para 185 personas distribuidas en pequeñas habitaciones de cuatro plazas que estaba prácticamente vacío cuando llegué a eso de las tres de la tarde. A pesar de ello, el hospitalero de turno no me dejó elegir y me asignó la cama superior de  una litera con la que, junto a los otros tres que me habían precedido, completaba la capacidad del dormitorio. La litera era francamente alta, por lo que me tocaba un curso de escalada después de la completa jornada de senderismo ¡Montaña a tope!

En las horas siguientes, mientras organizaba mis dominios y dejaba el equipo listo para la próxima etapa, el albergue se fue llenando de peregrinos, muchos de los cuales disfrutaban en el jardín de la tarde soleada. Antes de salir, dediqué unos minutos a visitar la Capilla del Carmen, construida en el Siglo XVII y cuyo elemento principal es un torneado retablo con una imagen de la Virgen de los Carmelitas en el centro.

La que hoy es una ciudad con más de 60.000 habitantes, nació como Puebla de San Pedro en el actual  Barrio de Puente Boeza, en torno al Ponte Ferrato que se construyó en el Siglo XI para facilitar el paso de peregrinos, y cuya protección se encomendó a los Templarios,  que se asentaron en una fortaleza  próxima construida en la confluencia de los ríos Sil y Boeza.



Además del Castillo de los Templarios, en el casco histórico merece la pena visitar el templo dedicado a la patrona del Bierzo, la Basílica de la Virgen de la Encina, con una esbelta torre renacentista, la Torre del Reloj, antigua puerta de entrada a la villa, y la Casa Consistorial, de estilo barroco, situada en la Plaza Mayor. Como ya conocía la ciudad, por haber estado recientemente en El Bierzo con motivo de varias pruebas deportivas,  la visita fue rápida, sólo para comprobar que cada cosa seguía en su sitio.


Antes de volver al albergue pasé por un súper a comprar cuatro cosas con que componer mi cena de hoy y el desayuno del dia siguiente. Me gustó la experiencia de dos días atrás y repetí la fórmula. Se gana tiempo y se ahorra dinero ya que, aunque en pequeñas cantidades, se va sembrando pródigamente a lo largo de todo el Camino.

Al entrar en el dormitorio mis compañeros ya estaban acostados. En ese momento me percaté de una de las grandes carencias de este albergue: No tiene un cuarto aparte donde dejar que se airee la principal herramienta de los peregrinos, el calzado. "Se cortaba el ambiente con cuchillo y tenedor" .



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sábado, 22 de enero de 2011

ETAPA 18: HOSPITAL DE ÓRBIGO - RABANAL DEL CAMINO

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Jueves, 14-10-2010: De Hospital de Órbigo a Rabanal del Camino (38 Km.)
  
Andando con el motor gripado

Frío a primera hora. Sol, cielos despejados y temperaturas agradables el resto del día.



Después de una noche en que dormí plácidamente, ya con todo el equipo preparado bajé a la cocina. Me preparé un buen desayuno con lo que había comprado el día anterior, por lo que gané tiempo, y antes de que amaneciese ya estaba en marcha. A la salida de Hospital de Órbigo hay dos variantes posibles  para llegar a Astorga. Seguir por el monótono andadero en paralelo a la N-120, o desviarme más al Norte por un entretenido camino que, dando un rodeo por una zona de bosquetes y campos de cultivo, pasa por Santibáñez de Valdeiglesias. Como esta última ya la conocía del año anterior y hoy me esperaba una etapa bastante completita, elegí la alternativa más corta. Durante las primeras horas fui bastante abrigado, porque hasta bien entrada la mañana el sol no alcanzó la altura suficiente como para disipar la niebla. Quizá sea por el frío, pero hoy parece que las piernas no me responden como otros días y me cuesta un gran esfuerzo mantener un ritmo vivo.


Una vez recorridos casi ocho kilómetros en paralelo al asfalto, el camino se aleja de la carretera para pasar por el Crucero de Santo Toribio, situado en un alto desde el que se divisa una buena panorámica de Astorga. Pero antes de llegar a la ciudad, al final de la bajada se encuentra la localidad de San Justo de la Vega, con una iglesia dedicada a los mártires Justo y Pastor que  se compone de una nave moderna, construida en ladrillo, vidrio y pizarra, adosada a la espadaña original del Siglo XVI, construida en piedra.

Después de atravesar el puente que salva el Río Tuerto ya se ve de cerca la  capital de La Maragatería, que  fue denominada Asturica Augusta en tiempos de los romanos, y a la que se llega superando la vía del tren por las rampas de un complicado paso elevado que se me antojaron interminables. Definitivamente, hoy "no ando muy católico". Todo lo que hasta ayer me producía ligeras molestias, hoy llega a ocasionarme dolor. Los tobillos, sobre todo el derecho, parece que no quieren entrar en calor, y en los hombros siento como si se me clavase el peso de la mochila, pero... ¡Hay que seguir!


Para acceder al interior del recinto amurallado de Astorga se asciende por  un par de calles hasta franquear la Puerta del Sol. Una vez dentro, nos encontramos con uno de los conjuntos históricos más significativos de la ruta jacobea, donde se junta el Camino Francés con la Vía de la Plata. Nacida como campamento legionario, en la época romana fue el centro desde donde partía hacia la capital del imperio la importante producción de oro del Noroeste de la Península, sobre todo del cercano yacimiento de Las Médulas, y en la Edad Media constituyó un importante nudo de comunicaciones.

Junto a las murallas de origen romano, reconstruida en épocas posteriores, y muy maltratada después por el asedio de las tropas francesas en la Guerra de la Independencia, se encuentran numerosos restos y ruinas de esta ciudad bimilenaria, pero sus monumentos más representativos son la Catedral, el Palacio Episcopal, el Ayuntamiento y la Ergástula romana.


En una de sus calles encontré una droguería donde comprar dos esponjas con las que amortiguar el dolor que me venía produciendo la mochila sobre los hombros, y  más  adelante paré, con la intención de tomar un refrigerio de media mañana, en la barra de un pequeño bareto donde me llevé una decepción por lo mal que me atendieron. Menos mal que me dejó mejor sabor de boca el pastel de crema que me tomé en la sede de la Pastelería La Mallorquina, frente al Palacio Episcopal, toda una institución en la localidad.

En la Plaza de Eduardo Castro se concentran varios monumentos destacables. El Palacio Episcopal, sede también del Museo de los Caminos, construido por Gaudí en su particular estilo "neogótico-modernista" pero que recuerda al castillo de Disneylandia, la Capilla de San Esteban, la Iglesia de Santa Marta y la Catedral de Santa María.


Sede de la diócesis desde el Siglo III, y construida como ampliación sucesiva de otros dos templos anteriores, de estilos prerrománico y románico, la actual nave central de la Catedral  comenzó a edificarse en el Siglo XV en estilo gótico, rematándose casi tres siglos más tarde con la fachada principal y las torres barrocas. Incluso la piedra empleada es de tonalidades distintas, variando desde el verdoso hasta el rosado. De sus muchos elementos destacaría su portada, una auténtica filigrana en piedra . Sólo le pondría un pero, que su impresionante fachada no cabe entera en mis fotos, porque está muy próxima a las casas que tiene enfrente.

Se abandona la ciudad siguiendo la Calle de San Pedro. Después de cruzar la antigua N-VI se enfila una moderna avenida arbolada que nos encamina hacia la cercana localidad de Valdeviejas. La meseta toca ya a su fin. Aquí se acaban las llanuras interminables, y los páramos yermos de la desolada estepa van quedando atrás. Con el terreno también cambia la vegetación, las construcciones y hasta el carácter de la gente. A los pueblos maragatos vuelve la piedra como material predominante de construcción, en este caso de colores pardos y rojizos, y la presencia de casonas con grandes portales y patios interiores pasa a ser una característica que en muchos casos no ha podido resistir el abandono, frenado en alguna medida por el fluir constante de peregrinos.

Tras pasar bajo la Autovía del Noroeste y cruzar un pequeño arroyo, se entra en Murias de Rechivaldo, poco más que un pequeño aglomerado de casas con un sonoro nombre  visigodo y un albergue con terraza al sol. Sigo después entre monte bajo, por un andadero de grava blanca que va ganando progresivamente altura hasta llegar a Santa Catalina de Somoza, donde pararé durante casi media hora a comer un bocadillo, beber  y descansar.


Para acabar la jornada me quedan todavía casi once kilómetros, y la etapa ya se me está haciendo larga. El cielo despejado, el sol y la buena temperatura, circunstancias que en cualquier otra situación me hubieran parecido adecuadas para un agradable paseo, me provocan hoy el mismo efecto que si transportarse plomo sobre mi cabeza. Está claro que me ha tocado en suerte "el día tonto". Me queda el consuelo de disfrutar en lo posible del paisaje.


A lo lejos ya se ven las cumbres del Alto de Foncebadón, que tendré que superar mañana, pero por ahora el camino va ganando altura sin sobresaltos. Al pasar por la localidad de El Ganso me detengo de nuevo a beber y a rellenar la cantimplora en una fuente junto a la iglesia. De vez en cuando pasa algún coche por la pista asfaltada, pero la estampa que se aprecia sugiere abandono y soledad. La pista atraviesa después  por una zona con bosques replantados, pero quedan un poco alejados del camino para dar sombra, y el sol sigue haciendo de las suyas. Mi voluntad quiere alargar la zancada y aumentar la frecuencia de mis pasos, pero hay algo en mí que hace que mi desplazamiento sea un tanto espeso, a lo que colabora también el firme  lleno de piedras que me encuentro por esta zona.

Pero no hay mal que cien años dure, y un par de kilómetros antes de Rabanal, una vez superado el pequeño puente sobre el Arroyo de las Reguerinas,  el camino se transforma en sendero y atraviesa un bosquete de robles y encinas que, aunque con un firme accidentado, lleno de piedras y raíces,  regala un poco de sombra a la última parte de mi etapa de hoy. En el último tramo paso junto a la Ermita del Santo Cristo, a la entrada misma de Rabanal del Camino. Son las cuatro y cuarto de la tarde, de una jornada que se me estaba haciendo interminable.


 Situado a 1.150 metros de altitud, y con escasos cincuenta habitantes, Rabanal del Camino es uno de los pueblos más típicos de La Maragatería. Sus casonas de piedra se articulan a ambos lados de una calle principal, la Calle Real, que avanza cuesta arriba. A media altura se encuentra la Iglesia de La Asunción, pequeño templo románico del Siglo XII, con una característica espadaña visible a gran distancia. La localidad, que vive principalmente del trasiego de peregrinos, es el final clásico de la etapa que comienza en Astorga, por lo que cuenta con cuatro albergues. Me dirijo por una de sus calles laterales hacia el Albergue El Pilar y, tan pronto como salgo de la ducha, extiendo mi cuerpo sobre la cama y me dejo  llevar por una siesta reparadora que mi espíritu venía pidiendo a gritos.


El dormitorio y los aseos no son gran cosa, pero el albergue cuenta con un amplio patio interior que han restaurado de manera acertada, y que al tener un bar con terraza se convierte en el bullicioso centro de reunión de los peregrinos. Cae una cerveza.

A media tarde salgo a conocer el pueblo y me encuentro con unas casas y calles muy bien cuidadas, a pesar de que los habitantes permanentes del pueblo son muy escasos. Delante de un impresionante portalón en forma de arco y con puerta de madera labrada, un vecino que pasa con una caja de lechugas me dice que, tanto la fachada como la puerta, recién restauradas, son originales del Siglo XVI. Como en muchos otros casos, la ha comprado el hijo de uno de los vecinos, que ahora vive en la ciudad, y que está acometiendo la reforma interior para poder disfrutarla durante el verano.

Al pasar junto a la Iglesia escucho un agradable sonido que sale del interior y entro a curiosear. Se trata de música gregoriana cantada por los monjes benedictinos que atienden la parroquia, que junto a los desconchados muros del interior del pequeño ábside dan a la escena un especial encanto al que vale la pena dedicarle unos minutos. Son esas cosas del Camino...



Para rematar la jornada, y aunque todavía tengo el cuerpo y la mente un poco embotados, en la Posada de Gaspar me sirven para cenar un Cocido Maragato que, como es costumbre, sirven al revés. Primero la carne y el chorizo, y después los garbanzos, las patatas y el repollo, que me darán energía para la subida que me espera al comenzar la jornada de mañana. Al volver al albergue se nota en las calles el ambiente  frío y seco característico de la montaña. Dormiré pensando en La Cruz de Hierro.



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martes, 18 de enero de 2011

ETAPA 17: LEÓN - HOSPITAL DE ÓRBIGO

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Miércoles, 13-10-2010: De León a Hospital de Órbigo (34 Km.)
  
Las jornadas se acumulan.

Fresco a primera hora. Cielos despejados y temperaturas agradables el resto del día.


Después de dormir toda la noche bien tapado porque mi vecino de la litera de al lado se empeñó en  que la ventana quedase abierta, de buena mañana recogí mis cosas y salí del Albergue de las Carbajalas atravesando de nuevo el casco antiguo de León: Calle de los Herreros, La Rúa, Ruiz de Salazar...  Pasé de nuevo entre el Palacio de los Guzmanes y la Casa Botines en dirección a San Isidoro, esperando encontrar abierta frente a las murallas la pastelería en que entré la tarde anterior pero, como me temía, aún estaba cerrada. Enfilando ya el actual centro urbano, en la Avenida Suero de Quiñones encontré una cafetería donde desayunar y hacer un poco de tiempo hasta que la luz de la mañana fuese suficiente para llevarme un recuerdo gráfico del Hostal de San Marcos, que me encontraría poco después.




Con su fachada de estilo plateresco, está considerado como una de las joyas del Renacimiento español. Se construyó en las afueras de la ciudad amurallada sobre los restos de un antiguo hospital de peregrinos, iniciándose la obra en 1.515 gracias a una donación de Fernando el Católico, y terminándose en el Siglo XVIII después de la intervención de varios afamados arquitectos. Además de la Iglesia de San Marcos, reservada al culto, el edificio alberga actualmente un Parador Nacional de Gran Lujo y el Museo de León, aunque a lo largo de su historia ha sido dedicado a múltiples usos, tanto de carácter religioso como civil o militar.

Se abandona la Plaza de San Marcos cruzando el puente sobre el Río Bernesga, que nos encamina hacia la salida de León atravesando junto a las vías del tren una zona con mucho tráfico, bloques de viviendas y centros comerciales. A la salida de la localidad de Trobajo del Camino, casi un barrio más de la capital, el camino abandona por un momento la zona urbana al pasar junto a unas bodegas tradicionales bien conservadas.



Pero enseguida se vuelve junto a la N-120 a su paso por Virgen del Camino donde, según la tradición, se apareció la Virgen en  1.505. El lugar se desarrolló alrededor de la pequeña ermita  que se construyó para conmemorar el suceso, convertida actualmente en una moderna Basílica. Además de su alta cruz de hormigón, en su fachada destacan las esculturas de bronce de la Virgen y los doce apóstoles. En su interior conserva todavía el retablo barroco procedente del anterior santuario.

Después de salvar un complejo nudo viario, el camino vuelve a avanzar en paralelo a la N-120,  y ya no la abandona hasta el final de la etapa. El andadero de tierra se junta en ocasiones con el asfalto para pasar por las pequeñas poblaciones de Valverde de la Virgen y San Miguel del Camino. En la primera de ellas, la Iglesia de Santa Engracia acoge en su espadaña varios nidos de cigüeña. Siguiendo en paralelo a la carretera, en medio del páramo se encuentra un polígono industrial y una urbanización, poco antes de llegar a Villadangos del Páramo.















A Partir de aquí se entra en la amplia vega del Río Órbigo.  Entre cultivos de cereal y fincas de regadío, vuelven por momentos los árboles a repartir su agradable sombra, y se suceden las fuentes y los rincones que alegran la vista del caminante. Tras recorrer una larga recta entramos en San Martin del Camino, pero las amplias llanuras de la meseta parece que pronto llegarán a su fin. La silueta de la Sierra del Teleno ya aparece a lo lejos en el horizonte.



La jornada de hoy ha sido hasta aquí bastante fea pero, aunque en el terreno sigue dominando la llanura, el paisaje comienza a cambiar. A pesar de caminar junto a la carretera, ya empiezan a aparecer con cierta frecuencia los tonos verdes propios del noroeste peninsular.


También se notan los kilómetros que han ido acumulando mis piernas a lo largo de las jornadas que llevo caminando. En los días anteriores me plantearon varias veces la pregunta sobre si es más duro hacer el Camino andando o en bicicleta. Creía tener una respuesta clara, pero después de 17 días ya empiezo a dudarlo. Es evidente que sobre la bici hay ciertos momentos de exigencia física superior, incluso muchos momentos, pero la acumulación de sucesivas etapas, y el cansancio que se suma en cada una de ellas, hacen que el camino a pie suponga también un elevado desgaste.

Después de una larga recta de más de seis kilómetros, un desvío a la derecha y ya estoy entrando en Puente de Órbigo, localidad por la que se accede al Puente del Passo Honroso, destacada  construcción medieval que salva el cauce del río, y que ahora se encuentra en pleno proceso de restauración. Al otro  lado está Hospital de Órbigo, antigua sede de un hospital de peregrinos fundado por los Caballeros de San Juan de Jerusalén y destino final de mi etapa de hoy.



Aunque en el centro del pueblo se encuentra el albergue parroquial Karl Leisner, con un hermoso patio típico que merece la pena visitar, decido seguir un poco más adelante por la misma calle  hasta el albergue San Miguel. Ubicado en una casa restaurada, cuenta con unos buenos servicios, una cuidada decoración a modo de casa rural, y una exposición permanente de pintura en sus paredes. Creo que acerté con la elección, ya que  lo recuerdo como uno de los más destacables de todo el Camino.



Hoy he llegado a buena hora y me queda mucho tiempo por delante. Tras una reconfortante ducha, y  una vez terminadas las inexcusables tareas para tener mi equipo a punto para el día siguiente, salí a aprovechar el sol de la tarde dando una vuelta por los alrededores. Por las calles del pueblo me crucé varias veces con un venerable anciano que circulaba orgulloso sobre su recién estrenada bicicleta. No perdía oportunidad de saludar a los vecinos que pasaban despistados junto a él para que reparasen en su nuevo medio de transporte.



Además de la Iglesia de San Juan Bautista, lo más destacable de la localidad es sin duda el puente medieval construido en el Siglo XIII, que con sus 19 arcos salva los casi 300 metros del amplio cauce del Río Órbigo, bastante reducido actualmente desde la construcción de un embalse aguas arriba. A su vera hay un campo de torneos medievales que se emplea cada año para conmemorar la gesta del Passo Honroso de Suero de Quiñones, un caballero del Siglo XV que por una promesa de amor retaba a todos aquellos que querían atravesarlo, y cuya hazaña es mencionada por Miguel de Cervantes en las páginas de El Quijote.



Después del recorrido, con las paradas logísticas de rigor, poco más me queda por hacer para terminar la tarde. Tras una detallada visita al súper decido por primera vez entretenerme en preparar la cena en la cocina del albergue, que cuenta con todos los instrumentos necesarios. Una ensalada, un poco de pasta con salsa de tomate y fruta componen un menú que me salió bastante económico. Creo que repetiré la maniobra para el desayuno. A  mi lado, una pareja de orientales de ojos rasgados se preparan trabajando de forma coordinada un "arroz tres delicias" que tiene muy buen aspecto. En la televisión están dando la noticia del día:  El  feliz rescate de  los 33 mineros chilenos atrapados en la mina de San José después de 69 días angustiosos.

Hoy me acostaré contento después de las noticias de las 9. Mañana me espera una etapa algo más larga y quiero estar descansado.


















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