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Vuelve la soledad de la llanura
El hospitalero abrió las puertas del albergue a las 6.30 en punto, mientras que yo apuraba el desayuno y me apresuraba para cumplir lo convenido con igual puntualidad. Salí al exterior con la media luz del crepúsculo, y volví a recorrer las calles del casco histórico, ahora solitarias, hasta llegar a la Plaza Mayor, donde una vieira de bronce en el pavimento indica que el camino continúa al pasar bajo el arco central del Ayuntamiento.
Después de enfilar la Calle Zamora, la salida de Salamanca se hace larga. Se atraviesa la ciudad casi por completo siguiendo por el Paseo del Doctor Torres Villarroel y la Avenida de los Agustinos Recoletos hasta que, ya en las afueras, se deja a mano derecha el Estadio Helmántico.
Una vez que se abandona el asfalto, por una pista amplia de tierra se entra en Aldeaseca de Armuña, pequeña localidad en la que destaca la torre de su iglesia parroquial, construida en el Siglo XVI.
A partir de aquí, el camino se aleja de la carretera N-630 y se adentra en la llanura. Entre fincas de cultivo y extensos campos de cereal, sobre un puente de cemento se atraviesa el arroyo de La Encina, y siguiendo en línea recta pronto se llega al siguiente pueblo, situado a poca distancia y oculto detrás de una pequeña elevación.
Antes de que las casas estén a la vista, el itinerario pasa junto a unas instalaciones deportivas que parecen perdidas en medio de los campos de labor. El campo de fútbol es de tierra pero está bien allanado, con las líneas de cal bien pintadas, y dotado de completos servicios que incluyen banquillos cubiertos, vestuarios y torres de iluminación. A su lado se ven los columpios de un parque infantil, y hasta se adivina una cancha de baloncesto. Gasto inútil, porque parece que a los habitantes de la llanura no les termina de convencer el deporte de la canasta.
El nombre de Castellanos de Villiquera alude a su fundación en el Siglo X por parte de las tropas castellanas del rey de León Ramiro II el Grande, que repoblaron la zona reconquistada y se asentaron allí con sus familias. Cuenta con poco más de 600 habitantes, y en su centro destaca la Iglesia de San Juan Bautista. Y según van quedando atrás sus calles, el solitario peregrino vuelve de nuevo a la amplia llanura...
Recortada a lo lejos se apreciaba la silueta de la siguiente población, Calzada de Valdunciel, la última de la provincia, donde destaca la torre de la Iglesia de Santa Elena que, construida en el Siglo XVI, cuenta con tres grandes arcos en su fachada principal. En la salida hacia el Norte, junto al puente que cruza el arroyo de la Vega, me detuve un rato a charlar con dos veteranos peregrinos catalanes con los que había coincidido en la recepción de mediodía en el albergue de Salamanca. Uno de ellos dice tener 85 años sobre sus espaldas, pero el otro no aparenta menos de 70, y ambos llevan ya varias jornadas de camino sin más ayuda que la fortaleza de sus piernas. Me comentaron que ante las desafortunadas maneras del hospitalero, optaron por buscar otro alojamiento donde sentirse mejor acogidos.
A partir de aquí comienza un tramo completamente deshabitado de casi 20 kilómetros, con rectas infinitas, sin una sola sombra, y avanzando por una amplia pista que, salvo en un primer tramo, discurre siempre en paralelo a la autovía A-66. Al llegar a la altura del arroyo de Cañedo, el terreno adquiere un aspecto pantanoso, originando una especie de laguna que obligó a construir la autovía elevada sobre pilares y a desviar la pista de tierra, que da un amplio rodeo por la cercana carretera N-630 a la altura de Huelmos de Cañedo. Aquí los peregrinos padecen el capricho de los repartidores de flechas amarillas, que les obligan a hacer un extraño bucle en el que por dos veces se retrocede el camino andado, lo que se podría haber evitado si hubiesen señalizado la ruta por otros pasos inferiores de la vía.
A la monotonía del itinerario se añaden los frecuentes rodeos que también da la pista para salvar cada uno de los pasos elevados que atraviesan perpendicularmente la A-66, que se alejan de ella para volver a acercarse poco después. Cuando me harté de la supuesta obligatoriedad de esta trayectoria empecé a acortar, continuando en línea recta y trepando por los taludes cada vez que se repetía uno de estos desvíos.
En medio de la soledad de la llanura, lo únicos elementos que denotan presencia humana son las cosechadoras que trabajan los campos de cereal y la gran planta del Centro Penitenciario de Topas, cuyas torres de vigilancia se ven próximas, sin olvidar a algún que otro peregrino que avanza solitario en la distancia...
Poco antes de llegar al límite con la provincia de Zamora se sobrepasa una amplia zona de dehesa atravesada por el arroyo de Izcala, hasta que por fin se alcanza la comarca de la Tierra del Vino, entrando a la localidad de El Cubo por su Calle Mayor. El albergue está ubicado en la antigua casa de los maestros, a un costado del pueblo, justo en el portal vecino del velatorio municipal, con el que comparte fachada. Al llegar ya hay varios peregrinos alojados, pero para inscribirse hay que llamar antes al teléfono señalado en el tablón de anuncios de la entrada.
A los pocos minutos acudió Felipe, el alguacil municipal que se encarga de gestionar el local y de mantener las instalaciones limpias y ordenadas. Se presentó como el jefe de la policía local, ataviado con un chaleco reflectante amarillo que le otorgaba una apariencia de mayor jerarquía, y después de registrar mis datos, enseguida dejó constancia de su particular manera de hacer las cosas... Para comprar, mejor ir a esta tienda que a esta otra, allí os atienden bien y tienen precios más baratos; podéis cenar en Casa Carmen, que ponen comida casera muy bien cocinada, pero antes me lo tenéis que decir a mí, para que yo la avise. El bar que hay en el pueblo es muy caro, pero podéis coger las latas de refrescos que tengo en el frigorífico, que os las cobro a 1 euro, lo mismo que las chocolatinas o la bollería... y así impartía recomendaciones y normas, con una exagerada amabilidad que rayaba en lo empalagoso.
Aunque no es muy grande, el albergue cuenta con 16 plazas en varias habitaciones que, al igual que las duchas y aseos, están limpias y bien cuidadas. Elegí la única cama de abajo que quedaba libre en un dormitorio donde ya estaba alojado Daniel, un suizo que no articula palabra en español, y al que más tarde se sumaron Tierry, viejo conocido, y Michael, otro francés con el que ya había coincidido en el albergue de Salamanca. Ya avanzada la tarde llegaron también los dos peregrinos veteranos con los que me había parado un rato a charlar a la salida de Calzada de Valdunciel, y con ellos se completó el aforo del albergue. Algún ciclista que llegó más tarde se tuvo que buscar la vida de otra manera...
El Cubo de la Tierra del Vino es la primera localidad de la provincia de Zamora por la que entra la Vía de la Plata, y está situada en una comarca que tradicionalmente basó su economía en el producto de los viñedos, hasta que una plaga de filoxera arrasó este tipo de cultivo durante el Siglo XIX. Cuenta con algo más de 400 vecinos, y su edificio principal es el Ayuntamiento, situado en la Plaza del Conde Retamoso, aunque entre sus construcciones hay que mencionar también la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, de cuya construcción original sólo se conserva la espadaña y el campanario. Por lo que pude observar, sus fieles están muy organizados a la hora de repartirse las tareas...
Después de hacer la compra en el lugar en que se me había indicado, y de matar el tiempo recorriendo las pocas calles del pueblo con la intención de toparme con algún otro elemento de interés que no encontré, sólo me quedaba completar la tarde acudiendo al lugar convenido con mis compañeros de dormitorio.
Traspasé la verja que cerraba la entrada y, después de superar un pequeño patio, entré en la habitación donde, ya sentados a la mesa, me esperaban Tierry, Daniel y Michael. Nos atendía el hijo de la señora Carmen, que resultó ser la cuñada del alguacil, y en una animada conversación en la que predominaba la lengua de Molière, dimos buena cuenta de las verduras rehogadas y del filete empanado con patatas con que fuimos obsequiados por el módico precio de ocho euros. Todo ello acompañado por un agradable vino de la tierra y por la conversación sencilla de nuestro improvisado camarero... Y de esta manera terminamos la jornada, actuando como buenos peregrinos que cumplen todas y cada una de las instrucciones que reciben.
- Descargar el itinerario de la etapa en un archivo para Google Earth: Clicar AQUÍ
Por el Camino de los Mozárabes: Vía de la Plata
Miércoles 30-5-2012 - De Salamanca a El Cubo de la Tierra del Vino (35,4 Km.)
Salida: 6.40 - Llegada: 14.05
Vuelve la soledad de la llanura
Sol, calor y cielos casi despejados (Máx. 28ºC)
El hospitalero abrió las puertas del albergue a las 6.30 en punto, mientras que yo apuraba el desayuno y me apresuraba para cumplir lo convenido con igual puntualidad. Salí al exterior con la media luz del crepúsculo, y volví a recorrer las calles del casco histórico, ahora solitarias, hasta llegar a la Plaza Mayor, donde una vieira de bronce en el pavimento indica que el camino continúa al pasar bajo el arco central del Ayuntamiento.
Después de enfilar la Calle Zamora, la salida de Salamanca se hace larga. Se atraviesa la ciudad casi por completo siguiendo por el Paseo del Doctor Torres Villarroel y la Avenida de los Agustinos Recoletos hasta que, ya en las afueras, se deja a mano derecha el Estadio Helmántico.
Una vez que se abandona el asfalto, por una pista amplia de tierra se entra en Aldeaseca de Armuña, pequeña localidad en la que destaca la torre de su iglesia parroquial, construida en el Siglo XVI.
A partir de aquí, el camino se aleja de la carretera N-630 y se adentra en la llanura. Entre fincas de cultivo y extensos campos de cereal, sobre un puente de cemento se atraviesa el arroyo de La Encina, y siguiendo en línea recta pronto se llega al siguiente pueblo, situado a poca distancia y oculto detrás de una pequeña elevación.
Antes de que las casas estén a la vista, el itinerario pasa junto a unas instalaciones deportivas que parecen perdidas en medio de los campos de labor. El campo de fútbol es de tierra pero está bien allanado, con las líneas de cal bien pintadas, y dotado de completos servicios que incluyen banquillos cubiertos, vestuarios y torres de iluminación. A su lado se ven los columpios de un parque infantil, y hasta se adivina una cancha de baloncesto. Gasto inútil, porque parece que a los habitantes de la llanura no les termina de convencer el deporte de la canasta.
El nombre de Castellanos de Villiquera alude a su fundación en el Siglo X por parte de las tropas castellanas del rey de León Ramiro II el Grande, que repoblaron la zona reconquistada y se asentaron allí con sus familias. Cuenta con poco más de 600 habitantes, y en su centro destaca la Iglesia de San Juan Bautista. Y según van quedando atrás sus calles, el solitario peregrino vuelve de nuevo a la amplia llanura...
Recortada a lo lejos se apreciaba la silueta de la siguiente población, Calzada de Valdunciel, la última de la provincia, donde destaca la torre de la Iglesia de Santa Elena que, construida en el Siglo XVI, cuenta con tres grandes arcos en su fachada principal. En la salida hacia el Norte, junto al puente que cruza el arroyo de la Vega, me detuve un rato a charlar con dos veteranos peregrinos catalanes con los que había coincidido en la recepción de mediodía en el albergue de Salamanca. Uno de ellos dice tener 85 años sobre sus espaldas, pero el otro no aparenta menos de 70, y ambos llevan ya varias jornadas de camino sin más ayuda que la fortaleza de sus piernas. Me comentaron que ante las desafortunadas maneras del hospitalero, optaron por buscar otro alojamiento donde sentirse mejor acogidos.
A partir de aquí comienza un tramo completamente deshabitado de casi 20 kilómetros, con rectas infinitas, sin una sola sombra, y avanzando por una amplia pista que, salvo en un primer tramo, discurre siempre en paralelo a la autovía A-66. Al llegar a la altura del arroyo de Cañedo, el terreno adquiere un aspecto pantanoso, originando una especie de laguna que obligó a construir la autovía elevada sobre pilares y a desviar la pista de tierra, que da un amplio rodeo por la cercana carretera N-630 a la altura de Huelmos de Cañedo. Aquí los peregrinos padecen el capricho de los repartidores de flechas amarillas, que les obligan a hacer un extraño bucle en el que por dos veces se retrocede el camino andado, lo que se podría haber evitado si hubiesen señalizado la ruta por otros pasos inferiores de la vía.
A la monotonía del itinerario se añaden los frecuentes rodeos que también da la pista para salvar cada uno de los pasos elevados que atraviesan perpendicularmente la A-66, que se alejan de ella para volver a acercarse poco después. Cuando me harté de la supuesta obligatoriedad de esta trayectoria empecé a acortar, continuando en línea recta y trepando por los taludes cada vez que se repetía uno de estos desvíos.
En medio de la soledad de la llanura, lo únicos elementos que denotan presencia humana son las cosechadoras que trabajan los campos de cereal y la gran planta del Centro Penitenciario de Topas, cuyas torres de vigilancia se ven próximas, sin olvidar a algún que otro peregrino que avanza solitario en la distancia...
Poco antes de llegar al límite con la provincia de Zamora se sobrepasa una amplia zona de dehesa atravesada por el arroyo de Izcala, hasta que por fin se alcanza la comarca de la Tierra del Vino, entrando a la localidad de El Cubo por su Calle Mayor. El albergue está ubicado en la antigua casa de los maestros, a un costado del pueblo, justo en el portal vecino del velatorio municipal, con el que comparte fachada. Al llegar ya hay varios peregrinos alojados, pero para inscribirse hay que llamar antes al teléfono señalado en el tablón de anuncios de la entrada.
A los pocos minutos acudió Felipe, el alguacil municipal que se encarga de gestionar el local y de mantener las instalaciones limpias y ordenadas. Se presentó como el jefe de la policía local, ataviado con un chaleco reflectante amarillo que le otorgaba una apariencia de mayor jerarquía, y después de registrar mis datos, enseguida dejó constancia de su particular manera de hacer las cosas... Para comprar, mejor ir a esta tienda que a esta otra, allí os atienden bien y tienen precios más baratos; podéis cenar en Casa Carmen, que ponen comida casera muy bien cocinada, pero antes me lo tenéis que decir a mí, para que yo la avise. El bar que hay en el pueblo es muy caro, pero podéis coger las latas de refrescos que tengo en el frigorífico, que os las cobro a 1 euro, lo mismo que las chocolatinas o la bollería... y así impartía recomendaciones y normas, con una exagerada amabilidad que rayaba en lo empalagoso.
Aunque no es muy grande, el albergue cuenta con 16 plazas en varias habitaciones que, al igual que las duchas y aseos, están limpias y bien cuidadas. Elegí la única cama de abajo que quedaba libre en un dormitorio donde ya estaba alojado Daniel, un suizo que no articula palabra en español, y al que más tarde se sumaron Tierry, viejo conocido, y Michael, otro francés con el que ya había coincidido en el albergue de Salamanca. Ya avanzada la tarde llegaron también los dos peregrinos veteranos con los que me había parado un rato a charlar a la salida de Calzada de Valdunciel, y con ellos se completó el aforo del albergue. Algún ciclista que llegó más tarde se tuvo que buscar la vida de otra manera...
El Cubo de la Tierra del Vino es la primera localidad de la provincia de Zamora por la que entra la Vía de la Plata, y está situada en una comarca que tradicionalmente basó su economía en el producto de los viñedos, hasta que una plaga de filoxera arrasó este tipo de cultivo durante el Siglo XIX. Cuenta con algo más de 400 vecinos, y su edificio principal es el Ayuntamiento, situado en la Plaza del Conde Retamoso, aunque entre sus construcciones hay que mencionar también la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, de cuya construcción original sólo se conserva la espadaña y el campanario. Por lo que pude observar, sus fieles están muy organizados a la hora de repartirse las tareas...
Después de hacer la compra en el lugar en que se me había indicado, y de matar el tiempo recorriendo las pocas calles del pueblo con la intención de toparme con algún otro elemento de interés que no encontré, sólo me quedaba completar la tarde acudiendo al lugar convenido con mis compañeros de dormitorio.
Traspasé la verja que cerraba la entrada y, después de superar un pequeño patio, entré en la habitación donde, ya sentados a la mesa, me esperaban Tierry, Daniel y Michael. Nos atendía el hijo de la señora Carmen, que resultó ser la cuñada del alguacil, y en una animada conversación en la que predominaba la lengua de Molière, dimos buena cuenta de las verduras rehogadas y del filete empanado con patatas con que fuimos obsequiados por el módico precio de ocho euros. Todo ello acompañado por un agradable vino de la tierra y por la conversación sencilla de nuestro improvisado camarero... Y de esta manera terminamos la jornada, actuando como buenos peregrinos que cumplen todas y cada una de las instrucciones que reciben.
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2 comentarios:
En El Cubo, los hombres o no son fieles (religiosos, se entiende, que en otros berenjenales no voy a meterme) o no están tan organizados...
En la imagen del interior de la iglesia se ve que hay pocos hombres fieles (en la fe, claro), por lo que seguro que tienes toda la razón, aunque probablemente, viendo las tareas para las que se requiere participación, tampoco estarían muy dispuestos a dejarse organizar.
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