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Un gran postre para rematar un escaso menú.
Situado frente al albergue, el bar Alta Cuesta abre sus puertas a las 6 de la mañana. Cuando llegué ya había un par de peregrinos pidiendo el desayuno; habían madrugado para llegar hoy a Cáceres, y les esperaba una etapa más larga de lo normal. Todavía en la oscuridad previa al amanecer, eché a andar por el Camino Viejo que conduce a Casas de Don Antonio por un paisaje llano donde se alternan la dehesa y los olivares. Se hace muy agradable contemplar la salida del sol entre los árboles, viendo por debajo de sus copas como se ilumina el terreno desde el horizonte, y disfrutando de la calma de los primeros momentos de la mañana.
El trazado del camino cruza sobre el Río Ayuela por un puente medieval a escasa distancia del pueblo, pero no entra en su interior, bordeando las casas hasta recuperar la antigua calzada, que avanza en paralelo a la N-630. Muy cerca, integrado en el murete de piedras que cierra una finca, se encuentra el miliario XXVII, uno de los elementos que se irán repitiendo periódicamente a lo largo de toda la antigua vía romana.
Un miliario o piedra miliar es una columna cilíndrica de piedra que los romanos colocaban al borde de sus calzadas para marcar las distancias. Estaban separados entre sí por una milla romana, equivalente al recorrido de mil pasos dobles (aproximadamente 1.481 m.), y contaban con una inscripción que, aparte de otros contenidos, indicaba la distancia al lugar de origen de la vía. Así, el miliario XXVII estaría ubicado a una distancia de 27 millas romanas de Mérida.
El terreno que ha ido cubriendo con el paso del tiempo las piedras originales de la calzada es ahora una amplia cañada actualmente en uso. En varios tramos se pueden apreciar las catas que han hecho los arqueólogos para encontrar la vía original, y que han vuelto a cubrir con tierra para intentar conservarla en buen estado. En el trayecto hacia Aldea del Cano se puede ver un puente romano por el que la calzada salvaba el arroyo de Santiago y algún otro miliario. El XXVIII se conserva en su emplazamiento original, y era conocido como "el buzón" porque fue utilizado durante mucho tiempo para realizar esa función por los dueños de una finca próxima.
La ruta continúa por un terreno llano y despejado, donde el sol comienza a hacer de las suyas, y pasa de largo por las cercanías de Aldea del Cano. Salvo un pequeño tramo arbolado al atravesar las dehesas del Garabato y de La Falsa, no se puede destacar ningún elemento más en esta parte del itinerario hasta cruzar una inmensa explanada de tierra compactada, que resulta ser la pista de vuelo de un aeródromo, y pasar entre los hangares y otras instalaciones que dan servicio a los socios del Aeroclub de Cáceres.
Tras un largo tramo de secano se llega al cauce del Río Salor, atravesándolo sobre los 14 arcos del Puente Viejo de la Mocha, también de origen romano y que ha sido restaurado recientemente. A tiro de piedra se encuentra la pedanía de Valdesalor, moderna entidad local creada con el Plan Badajoz en 1963 por el Instituto Nacional de Colonización y dependiente del ayuntamiento de Cáceres. En este impersonal lugar sin apenas historia encuentro la última oportunidad hasta el final de etapa para refrescarme con una cerveza bien fría. En el Hogar del Pensionista me detengo unos minutos a descansar.
En dirección a Cáceres sigue el terreno completamente despejado y a pleno sol; tan sólo pequeños arbustos y alguna retama modifican la uniformidad del horizonte. Tras una prolongada pero asequible subida, siempre en paralelo a la N-630, se sobrepasan los 485 metros de altitud del Puerto de las Camellas, donde se bordean los terrenos de la Base Militar de Santa Ana y la ciudad ya se divisa próxima. Por una amplia cañada en un suave descenso, y tras pasar junto a un par de granjas con ganado, las flechas indican hacia la Calle Océano Atlantico, una horrenda vía en medio de un polígono industrial que me orienta hacia el interior de la ciudad. Todavía habrá que caminar durante casi media hora por la interminable Ronda de San Francisco para llegar a la Plaza de San Francisco, muy próxima a la entrada del casco histórico. Es ya la hora de comer y se aprecia mucho tráfico por las calles y gran movimiento a la salida de los institutos.
A partir de aquí no hay flechas ni señales que indiquen el camino a seguir. El albergue que busco está próximo a la Plaza Mayor y, después de preguntar por el camino más corto, en lugar de entrar al recinto amurallado me orientan a dar un pequeño rodeo por la calle del Camino Llano -que termina en una cuesta bastante pronunciada- y seguir por Roso de Luna, Plazuela de San Juan y la -pequeña- Gran Vía. Por un lateral del Ayuntamiento entro en una gran plaza rectangular presidida por una vistosa torre almenada, la Torre de Bujaco, situada junto a la escalinata que da acceso al interior de las murallas por el Arco de la Estrella. En contraste con el espacio central de esta Plaza Mayor, sometido a un sol implacable, en las terrazas situadas a la sombra de los soportales se aprecia mucho movimiento, un gran bullicio de gente comiendo y bebiendo que a estas horas provoca mi envidia. Pero dejaremos los momentos de disfrutar para un poco más tarde...
Por un arco lateral que sale hacia unos callejones estrechos llego a la calle del General Margallo, donde enseguida encuentro lo que andaba buscando, el albergue Las Veletas. Aunque admite peregrinos, no es un típico albergue al uso. Regentado por la señora Juani, en un ambiente familiar admite también estudiantes universitarios, turistas y viajeros. A los peregrinos nos aplica un pequeño descuento en el precio, y aún así es algo más caro que otros albegues, pero merece la pena por su ubicación, sus correctas instalaciones y el buen trato. Después de instalarme y atender a mis necesidades logísticas, hoy todavía tendré tiempo de echarme una siesta y esperar a que vayan pasando las horas de más calor...
A media tarde salgo con las fuerzas renovadas a visitar la zona histórica, y mis primeros pasos se orientan hacia una oficina de turismo que había visto al pasar por la Plaza Mayor. Curiosamente está cerrada a cal y canto ¡Sólo abre por las mañanas! No me queda más remedio que salir a la aventura, adentrarme a ciegas en las murallas y procurarme información por otras vías.
Al pasar bajo el Arco de la Estrella se abre una auténtica caja de sorpresas. La ciudad vieja de Cáceres reúne uno de los núcleos urbanos históricos más importantes y mejor conservados del mundo, y por ello ha sido proclamada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986. Palacios, torreones, casas señoriales, arcos, iglesias, aljibes, escudos heráldicos, plazas y calles empedradas... pasear por sus estrechas callejuelas y recorrer cada rincón del adarve de sus murallas supone llevar la imaginación a viajar siglos atrás, evocando intrigas medievales o intentando revivir la época de los grandes descubridores que hicieron fortuna en las américas y consolidaron aquí sus señoríos...
Fortificada en la Edad Media por los árabes con una muralla de adobe construida sobre los restos de un antiguo asentamiento romano, la ciudad fue tomada en el día de San Jorge de 1229 por las tropas cristianas de Alfonso IX, después de haberla sometido a varios años de asedio. Una vez liberada, fue repoblada con gentes que provenían de los antiguos reinos de León y de Castilla, que con el tiempo se dividieron en dos bandos enfrentados. Los leoneses ocupaban el barrio de San Mateo, situado en la parte alta, y los castellanos el barrio de Santa María, en la parte baja. Las disputas de intereses entre los nobles de ambos bandos eran constantes, y frecuentemente violentas, lo que llevó a la formación de dos concejos diferentes dentro del mismo recinto. Durante el reinado de los Reyes Católicos se unifica la ciudad y se construyen iglesias donde antes había mezquitas. A partir de entonces, con los capitales provenientes de la conquista de América, los palacios musulmanes fueron gradualmente sustituidos por palacios de nobles y señores cristianos, que son los que conforman su actual fisonomía.
Son tantos los edificios monumentales que sería muy extenso no sólo entrar en los detalles de cada uno, sino tan solo enumerarlos, pero quiero destacar alguno de ellos. En la parte baja, la Concatedral de Santa María la Mayor y el Palacio de los Golfines, que presiden sendas plazas, y el Palacio de Carvajal, con su torre cilíndrica. En la parte central destacan las dos torres blancas de la Iglesia de San Francisco Javier, en cuyos sótanos se encuentra el museo de la Semana Santa y el acceso a un gran aljibe. En el barrio alto, junto a la Iglesia de San Mateo se encuentra el Palacio de las Veletas, construido en el solar de un alcázar almohade y asentado sobre las columnas que sostienen las cinco bóvedas de un grandioso aljibe excavado sobre la roca. También son dignos de mención el Palacio de las Cigüeñas y el Torreón del Palacio de los Marqueses de Torreorgaz, ubicación actual del Parador Nacional de Turismo, así como un sinfín de casas y mansiones señoriales diseminadas por todas sus calles, que dan lugar a numerosos rincones singulares.
Me quedaban pocos rincones por recorrer dentro de las murallas cuando me encontré con el pintoresco barrio de San Antonio, o Judería Vieja. Llama la atención por su contraste con el resto de la zona monumental, ya que está compuesto por una serie de callejuelas que, adaptándose al desnivel de terreno, están formadas por humildes casitas blancas de paredes encaladas. Se articula en torno a una pequeña iglesia que casi pasa desapercibida, la Ermita de San Antonio, que está situada junto a las murallas de la parte Este de la ciudad y muy próxima al Arco del Cristo, antigua puerta por la que, ya en la época de los romanos, se accedía a la vaguada que forma la Ribera del Marco, de ahí su nombre de Puerta del Río. A través de una de sus casas se puede visitar el Baluarte de los Pozos, una torre almohade del Siglo XII que protegía unos pozos estratégicos para el abastecimiento de agua a la ciudad durante los asedios.
Completo la visita con un gran rodeo por el interior del recinto amurallado, pasando por la desaparecida Puerta de Mérida, la fachada gótica del Hospital de los Caballeros, el adarve del Padre Rosalío y el Arco de Santa Ana. Por la escalinata que baja al Foro de los Balbos abandono las murallas y entro finalmente en la Plaza Mayor. Ya al caer la tarde, me siento frente al ayuntamiento a contemplar el magnífico ambiente de las terrazas y a hacer una llamada con la que quiero compartir la magnífica experiencia que para mí ha sido la visita de esta ciudad, y que sin duda he de volver a repetir.
Había encargado la cena en el albergue, y al llegar, ya un poco tarde sobre la hora acordada, me senté en la mesa común junto a varios estudiantes, ahora en la recta final del curso, y frente a la señora de la casa, deseosa ya de terminar su larga jornada. Me había preparado una soberbia ensalada, pollo guisado con patatas y postre. Mientras su marido ayudaba en las tareas de la cocina y en la sala de al lado daban las noticias en la tele, yo charlaba y daba buena cuenta de lo que me habían servido, sin dejar nada en el plato.
Como todavía me había quedado con ganas, y bien aconsejado por los conocedores del lugar, después de la cena salí de nuevo a recorrer las calles en la soledad de la noche, y a contemplar esas piedras tan bien colocadas a lo largo de los siglos, con el efecto especial añadido que les proporciona una adecuada iluminación. La ciudad vieja de Cáceres fue para mi una grata sorpresa. Nunca hubiera sospechado que se podría reunir y conservar un patrimonio de tal calibre en una población situada en medio de un terreno inhóspito, alejado de cualquier curso de agua de importancia, que nunca antes había sido capital de ningún reino, sede de ningún gobierno, ni ciudad privilegiada de una región con una pujante economía. Y llegué a una conclusión...
- Descargar el itinerario de la etapa en un archivo para Google Earth: Clicar AQUÍ
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Por el Camino de los Mozárabes: Vía de la Plata
Miércoles 23-5-2012 - De Alcuéscar a Cáceres (39,4 Km.)
Salida: 6.30 - Llegada: 14.30
Un gran postre para rematar un escaso menú.
Cielos despejados, sol y calor (Máx. 30ºC)
Situado frente al albergue, el bar Alta Cuesta abre sus puertas a las 6 de la mañana. Cuando llegué ya había un par de peregrinos pidiendo el desayuno; habían madrugado para llegar hoy a Cáceres, y les esperaba una etapa más larga de lo normal. Todavía en la oscuridad previa al amanecer, eché a andar por el Camino Viejo que conduce a Casas de Don Antonio por un paisaje llano donde se alternan la dehesa y los olivares. Se hace muy agradable contemplar la salida del sol entre los árboles, viendo por debajo de sus copas como se ilumina el terreno desde el horizonte, y disfrutando de la calma de los primeros momentos de la mañana.
El trazado del camino cruza sobre el Río Ayuela por un puente medieval a escasa distancia del pueblo, pero no entra en su interior, bordeando las casas hasta recuperar la antigua calzada, que avanza en paralelo a la N-630. Muy cerca, integrado en el murete de piedras que cierra una finca, se encuentra el miliario XXVII, uno de los elementos que se irán repitiendo periódicamente a lo largo de toda la antigua vía romana.
Un miliario o piedra miliar es una columna cilíndrica de piedra que los romanos colocaban al borde de sus calzadas para marcar las distancias. Estaban separados entre sí por una milla romana, equivalente al recorrido de mil pasos dobles (aproximadamente 1.481 m.), y contaban con una inscripción que, aparte de otros contenidos, indicaba la distancia al lugar de origen de la vía. Así, el miliario XXVII estaría ubicado a una distancia de 27 millas romanas de Mérida.
El terreno que ha ido cubriendo con el paso del tiempo las piedras originales de la calzada es ahora una amplia cañada actualmente en uso. En varios tramos se pueden apreciar las catas que han hecho los arqueólogos para encontrar la vía original, y que han vuelto a cubrir con tierra para intentar conservarla en buen estado. En el trayecto hacia Aldea del Cano se puede ver un puente romano por el que la calzada salvaba el arroyo de Santiago y algún otro miliario. El XXVIII se conserva en su emplazamiento original, y era conocido como "el buzón" porque fue utilizado durante mucho tiempo para realizar esa función por los dueños de una finca próxima.
La ruta continúa por un terreno llano y despejado, donde el sol comienza a hacer de las suyas, y pasa de largo por las cercanías de Aldea del Cano. Salvo un pequeño tramo arbolado al atravesar las dehesas del Garabato y de La Falsa, no se puede destacar ningún elemento más en esta parte del itinerario hasta cruzar una inmensa explanada de tierra compactada, que resulta ser la pista de vuelo de un aeródromo, y pasar entre los hangares y otras instalaciones que dan servicio a los socios del Aeroclub de Cáceres.
Tras un largo tramo de secano se llega al cauce del Río Salor, atravesándolo sobre los 14 arcos del Puente Viejo de la Mocha, también de origen romano y que ha sido restaurado recientemente. A tiro de piedra se encuentra la pedanía de Valdesalor, moderna entidad local creada con el Plan Badajoz en 1963 por el Instituto Nacional de Colonización y dependiente del ayuntamiento de Cáceres. En este impersonal lugar sin apenas historia encuentro la última oportunidad hasta el final de etapa para refrescarme con una cerveza bien fría. En el Hogar del Pensionista me detengo unos minutos a descansar.
En dirección a Cáceres sigue el terreno completamente despejado y a pleno sol; tan sólo pequeños arbustos y alguna retama modifican la uniformidad del horizonte. Tras una prolongada pero asequible subida, siempre en paralelo a la N-630, se sobrepasan los 485 metros de altitud del Puerto de las Camellas, donde se bordean los terrenos de la Base Militar de Santa Ana y la ciudad ya se divisa próxima. Por una amplia cañada en un suave descenso, y tras pasar junto a un par de granjas con ganado, las flechas indican hacia la Calle Océano Atlantico, una horrenda vía en medio de un polígono industrial que me orienta hacia el interior de la ciudad. Todavía habrá que caminar durante casi media hora por la interminable Ronda de San Francisco para llegar a la Plaza de San Francisco, muy próxima a la entrada del casco histórico. Es ya la hora de comer y se aprecia mucho tráfico por las calles y gran movimiento a la salida de los institutos.
A partir de aquí no hay flechas ni señales que indiquen el camino a seguir. El albergue que busco está próximo a la Plaza Mayor y, después de preguntar por el camino más corto, en lugar de entrar al recinto amurallado me orientan a dar un pequeño rodeo por la calle del Camino Llano -que termina en una cuesta bastante pronunciada- y seguir por Roso de Luna, Plazuela de San Juan y la -pequeña- Gran Vía. Por un lateral del Ayuntamiento entro en una gran plaza rectangular presidida por una vistosa torre almenada, la Torre de Bujaco, situada junto a la escalinata que da acceso al interior de las murallas por el Arco de la Estrella. En contraste con el espacio central de esta Plaza Mayor, sometido a un sol implacable, en las terrazas situadas a la sombra de los soportales se aprecia mucho movimiento, un gran bullicio de gente comiendo y bebiendo que a estas horas provoca mi envidia. Pero dejaremos los momentos de disfrutar para un poco más tarde...
Por un arco lateral que sale hacia unos callejones estrechos llego a la calle del General Margallo, donde enseguida encuentro lo que andaba buscando, el albergue Las Veletas. Aunque admite peregrinos, no es un típico albergue al uso. Regentado por la señora Juani, en un ambiente familiar admite también estudiantes universitarios, turistas y viajeros. A los peregrinos nos aplica un pequeño descuento en el precio, y aún así es algo más caro que otros albegues, pero merece la pena por su ubicación, sus correctas instalaciones y el buen trato. Después de instalarme y atender a mis necesidades logísticas, hoy todavía tendré tiempo de echarme una siesta y esperar a que vayan pasando las horas de más calor...
A media tarde salgo con las fuerzas renovadas a visitar la zona histórica, y mis primeros pasos se orientan hacia una oficina de turismo que había visto al pasar por la Plaza Mayor. Curiosamente está cerrada a cal y canto ¡Sólo abre por las mañanas! No me queda más remedio que salir a la aventura, adentrarme a ciegas en las murallas y procurarme información por otras vías.
Al pasar bajo el Arco de la Estrella se abre una auténtica caja de sorpresas. La ciudad vieja de Cáceres reúne uno de los núcleos urbanos históricos más importantes y mejor conservados del mundo, y por ello ha sido proclamada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986. Palacios, torreones, casas señoriales, arcos, iglesias, aljibes, escudos heráldicos, plazas y calles empedradas... pasear por sus estrechas callejuelas y recorrer cada rincón del adarve de sus murallas supone llevar la imaginación a viajar siglos atrás, evocando intrigas medievales o intentando revivir la época de los grandes descubridores que hicieron fortuna en las américas y consolidaron aquí sus señoríos...
Fortificada en la Edad Media por los árabes con una muralla de adobe construida sobre los restos de un antiguo asentamiento romano, la ciudad fue tomada en el día de San Jorge de 1229 por las tropas cristianas de Alfonso IX, después de haberla sometido a varios años de asedio. Una vez liberada, fue repoblada con gentes que provenían de los antiguos reinos de León y de Castilla, que con el tiempo se dividieron en dos bandos enfrentados. Los leoneses ocupaban el barrio de San Mateo, situado en la parte alta, y los castellanos el barrio de Santa María, en la parte baja. Las disputas de intereses entre los nobles de ambos bandos eran constantes, y frecuentemente violentas, lo que llevó a la formación de dos concejos diferentes dentro del mismo recinto. Durante el reinado de los Reyes Católicos se unifica la ciudad y se construyen iglesias donde antes había mezquitas. A partir de entonces, con los capitales provenientes de la conquista de América, los palacios musulmanes fueron gradualmente sustituidos por palacios de nobles y señores cristianos, que son los que conforman su actual fisonomía.
Son tantos los edificios monumentales que sería muy extenso no sólo entrar en los detalles de cada uno, sino tan solo enumerarlos, pero quiero destacar alguno de ellos. En la parte baja, la Concatedral de Santa María la Mayor y el Palacio de los Golfines, que presiden sendas plazas, y el Palacio de Carvajal, con su torre cilíndrica. En la parte central destacan las dos torres blancas de la Iglesia de San Francisco Javier, en cuyos sótanos se encuentra el museo de la Semana Santa y el acceso a un gran aljibe. En el barrio alto, junto a la Iglesia de San Mateo se encuentra el Palacio de las Veletas, construido en el solar de un alcázar almohade y asentado sobre las columnas que sostienen las cinco bóvedas de un grandioso aljibe excavado sobre la roca. También son dignos de mención el Palacio de las Cigüeñas y el Torreón del Palacio de los Marqueses de Torreorgaz, ubicación actual del Parador Nacional de Turismo, así como un sinfín de casas y mansiones señoriales diseminadas por todas sus calles, que dan lugar a numerosos rincones singulares.
Me quedaban pocos rincones por recorrer dentro de las murallas cuando me encontré con el pintoresco barrio de San Antonio, o Judería Vieja. Llama la atención por su contraste con el resto de la zona monumental, ya que está compuesto por una serie de callejuelas que, adaptándose al desnivel de terreno, están formadas por humildes casitas blancas de paredes encaladas. Se articula en torno a una pequeña iglesia que casi pasa desapercibida, la Ermita de San Antonio, que está situada junto a las murallas de la parte Este de la ciudad y muy próxima al Arco del Cristo, antigua puerta por la que, ya en la época de los romanos, se accedía a la vaguada que forma la Ribera del Marco, de ahí su nombre de Puerta del Río. A través de una de sus casas se puede visitar el Baluarte de los Pozos, una torre almohade del Siglo XII que protegía unos pozos estratégicos para el abastecimiento de agua a la ciudad durante los asedios.
Completo la visita con un gran rodeo por el interior del recinto amurallado, pasando por la desaparecida Puerta de Mérida, la fachada gótica del Hospital de los Caballeros, el adarve del Padre Rosalío y el Arco de Santa Ana. Por la escalinata que baja al Foro de los Balbos abandono las murallas y entro finalmente en la Plaza Mayor. Ya al caer la tarde, me siento frente al ayuntamiento a contemplar el magnífico ambiente de las terrazas y a hacer una llamada con la que quiero compartir la magnífica experiencia que para mí ha sido la visita de esta ciudad, y que sin duda he de volver a repetir.
Había encargado la cena en el albergue, y al llegar, ya un poco tarde sobre la hora acordada, me senté en la mesa común junto a varios estudiantes, ahora en la recta final del curso, y frente a la señora de la casa, deseosa ya de terminar su larga jornada. Me había preparado una soberbia ensalada, pollo guisado con patatas y postre. Mientras su marido ayudaba en las tareas de la cocina y en la sala de al lado daban las noticias en la tele, yo charlaba y daba buena cuenta de lo que me habían servido, sin dejar nada en el plato.
Como todavía me había quedado con ganas, y bien aconsejado por los conocedores del lugar, después de la cena salí de nuevo a recorrer las calles en la soledad de la noche, y a contemplar esas piedras tan bien colocadas a lo largo de los siglos, con el efecto especial añadido que les proporciona una adecuada iluminación. La ciudad vieja de Cáceres fue para mi una grata sorpresa. Nunca hubiera sospechado que se podría reunir y conservar un patrimonio de tal calibre en una población situada en medio de un terreno inhóspito, alejado de cualquier curso de agua de importancia, que nunca antes había sido capital de ningún reino, sede de ningún gobierno, ni ciudad privilegiada de una región con una pujante economía. Y llegué a una conclusión...
¡Los conquistadores somos así!
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3 comentarios:
Eso de conocer nuevos lugares a golpe de tacón y mochila, debe de ser muy grato y estimulante. Lo que no me imaginaba yo era que te llevase a sentirte perteneciente a la estirpe de los insignes extremeños, que allende los mares, conquistaron nuevas tierras para España. Pero no seré yo quien te rompa la ilusión, Dios me libre.
Como digo en esta parte de la crónica, tras la reconquista por las tropas cristianas, la ciudad de Cáceres fue repoblada por gentes provenientes de los reinos de León y de Castilla. Dentro de los primeros se incluye a gallegos y asturianos, también insignes todos ellos.
Del hecho de que participaron en las conquistas al otro lado del océano y que consiguieron allí hacer fortuna da fe el nombre de muchos de los edificios singulares que he mencionado, y de otros que me he callado por no hacer aburrido el relato. Véase por ejemplo, Ulloa, Saavedra, Carvajal, Becerra...
Todos ellos son apellidos de gallegos y conquistadores que quedarán en la historia de España y de Cáceres, a los que mantengo mi ilusión por sumarme...
Libre quedas.
Debía de ser niña cuando fui a Cáceres, es decir, hace mucho tiempo, porque no recuerdo (y sé que lo es) una preciosa ciudad de "piedras tan bien colocadas a lo largo de los siglos" sólo calor, mucho calor.
Pero con tu 'conquista' qué ganas de volver, pardiez!
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