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Tirando millas en busca de un Norte lejano.
Sobre las 4.30 ya se apreciaba movimiento en el interior del albergue. Como habían anunciado, el grupo de peregrinos que ocupaban el dormitorio se preparaba para salir muy temprano y, mientras unos ordenaban el interior de sus mochilas, otros se preparaban el desayuno en la sala de estar aprovechando la luz del pasillo. A pesar de que su presencia era perceptible, lo hacían sigilosamente, intentando molestar lo menos posible a los que allí parecíamos dormir... hasta que la lideresa cumplió su amenaza... y haciendo valer sus derechos, entró en la estancia encendiendo la luz, hablando con voz firme y tomando posesión del territorio...
En esas condiciones me era casi imposible volver a conciliar el sueño, pero como tenía por delante una etapa muy larga, aproveché la forzada situación para sacarle partido y, según fueron abandonando la sala, me puse yo también en marcha.
Abandoné el albergue todavía de noche, para subir hasta la Puerta de Santa María por la que se entra al recinto amurallado de Galisteo y, después de atravesar la Plaza de España, salir de nuevo al exterior por el arco de la Puerta de la Villa. A escasa distancia se atraviesa un puente de piedra construido en el Siglo XVI, una estructura elevada sobre siete arcos que salva el cauce del Río Jerte. Vienen después más de diez kilómetros caminando por una carretera secundaria, que continúa por la margen derecha del río y enlaza sucesivamente con las pequeñas localidades de Aldehuela del Jerte y Carcaboso, todavía dormidas a pesar de que a estas horas ya ha amanecido.
El trazado de la vía romana, hasta aquí sepultada bajo el asfalto, se interna ahora en campo abierto, pasando por una fértil llanura dedicada al cultivo y la ganadería. Caminaba en solitario cuando llegué a la altura del Canal del Jerte, donde termina la zona de cultivos, y allí alcancé a la lideresa y su grupo hasta que se fueron quedando atrás. Abriendo y cerrando cancelas al pasar, tras subir una pequeña pendiente se entra en los Llanos de la Jarilla, una amplia y agradable zona de dehesa por la que, entre encinas, alcornoques y muretes de piedra, se atraviesa una inmensa zona despoblada...
... porque despoblados están los lugares de Canchal del Gato, Dehesa del Cuarto Real, El Cuerno, Las Veredillas, la Venta Quemada, el Cuartillo, el Arroyo de las Torrucas... por los que voy pasando entretenido y sin detenerme hasta un lugar perdido en medio de la llanura, donde aparece como caído del cielo un gran objeto que en Extremadura se ha adoptado como símbolo de la Vía de la Plata: El Arco de Cáparra.
La ciudad romana de Cáparra, situada a orillas del Río Ambroz en los límites de la antigua provincia de Lusitania, no fue seguramente una de las más importantes de la península, pero llegó a contar con un gran número de viviendas, foro, baños públicos y anfiteatro. Empezó a perder población durante la Alta Edad Media, quedando casi abandonada tras la invasión del territorio por los musulmanes. El arco es un pórtico cuadriforme de más de 13 metros de altura, sustentado por cuatro gruesas columnas de piedra y situado sobre el cruce en perpendicular de las dos calzadas o calles principales de la ciudad. La Vía de la Plata lo atraviesa de Norte a Sur.
Desde que comenzó la jornada he caminado hasta aquí durante casi 30 km y estoy todavía muy lejos de llegar a una población con albergue. Cuando me planteé el recorrido de esta larga etapa, al llegar a este punto tenía varias alternativas; continuar andando otros 20 km hasta llegar a Aldeanueva del Camino, desviarme hasta Oliva de Plasencia, situada algo más de 6 km fuera de la ruta, o llamar al teléfono de un hostal de carretera que por un módico precio tiene un servicio de taxi que recoge a los peregrinos en Cáparra y los vuelve a dejar en el mismo punto al día siguiente. Elegí la primera de ellas, y después de dedicar unos minutos a visitar las ruinas, seguí en dirección Norte mi recorrido a lo largo del Valle del Ambroz.
Enfrascado en mis pensamientos de caminante, voy meditando acerca de una teoría sobre tramos horarios que tengo ya bastante perfeccionada. Se trata de que, según mi propia experiencia, durante las cuatro primeras horas de marcha se disfruta del camino como si se tratase de un agradable paseo; en las dos horas siguientes la calidad va disminuyendo gradualmente, y comienzan a aparecer los primeros signos de fatiga que equilibran la balanza; a partir de la sexta hora, el cansancio hace pensar cada vez con mayor frecuencia en lo que queda para llegar, y se va complicando encontrar un buen acomodo para la mochila sobre los hombros; pero a medida que se sobrepasan las horas centrales del día, sobre todo si el sol cae a plomo, es cuando aparece el sufrimiento y la etapa se puede hacer larga, o muy larga...
A estas alturas, el itinerario todavía reserva algunas imágenes de postal al aproximarse a la zona de montañas, y cerca ya del final de la jornada lo peor no es la distancia, ni el calor, sino los caprichosos desvíos ocasionados por la carretera N-630 y por la reciente construcción de la Autovía de la Plata, que a la fuerza han de compartir el mismo territorio, lo que obliga a los peregrinos a utilizar otros caminos alternativos. Alguno de ellos está poco o mal indicado, y otros obligan a dar considerables rodeos en los que aparentemente se progresa en dirección contraria, lo que ocasiona no pocas dudas. Pero al fin se recupera nuevamente el trazado de la Cañada Real, que dirige su curso hasta la misma entrada de Aldeanueva del Camino, y desde allí, siguiendo en línea recta a lo largo de la Calle de las Olivas se llega a la misma puerta del albergue.
El albergue de Aldeanueva está ubicado en un edificio de propiedad municipal, y en sus dos plantas ofrece diez plazas para alojamiento de peregrinos. Aparentemente nadie se ocupa del orden y la limpieza, por lo que tiene un aspecto de total abandono, pero es lo que hay, y después de esta larga jornada al menos encuentro aquí un lugar a cubierto donde ducharme y descansar.
Llegué casi al mismo tiempo que Tierry, un francés con el que ya me había cruzado varias jornadas atrás, en la etapa que acabé en Villafranca de los Barros, y antes que yo habían llegado dos peregrinas suizas y un argentino residente en Sevilla que venía desde allí en bicicleta. A lo largo de la tarde llegaron otros tres ciclistas.
Habitada escasamente por 800 habitantes y poblada desde la época de los romanos, Aldeanueva del Camino es una localidad con una larga historia que cuenta con abundantes muestras de arquitectura popular, plasmada en los vistosos balcones de madera que reflejan otras épocas de economía más floreciente. Con la invasión de los musulmanes la población fue arrasada, pero se volvió a repoblar paulatinamente. Después de la reconquista quedó en el mismo límite de dos reinos cristianos, por lo que fue dividida en dos núcleos de población separados únicamente por la calle por la que discurre la Vía de la Plata.
Agrupada en torno a la Iglesia de Nuestra Señora del Olmo se constituyó Casas de Aldeanueva, perteneciente al Reino de Castilla y dependiente de la diócesis de Plasencia. En torno a la Iglesia de San Servando se agruparon los habitantes de Aldeanueva del Camino, perteneciente al Reino de León y bajo la dependencia de la diócesis de Coria. Ambos núcleos volvieron a unirse bajo el reinado de los Reyes Católicos, pero la división eclesiástica permaneció hasta 1959 condicionando el devenir de la localidad.
Después de recorrer ampliamente sus calles busqué un sitio donde comer algo distinto de un bocadillo, hasta que encontré el Bar Sebas, donde por un precio razonable me sirvieron un completo menú: Patatas revolconas, estofado de carne y arroz con leche. Buen premio a una larga caminata que me llevó a detenerme en los confines de Extremadura, cerca ya de las montañas que conforman el Puerto de Béjar, puerta natural de entrada a la provincia de Salamanca. Estaba fatigado... pero una vez más pude con todo.
- Descargar el itinerario de la etapa en un archivo para Google Earth: Clicar AQUÍ
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Por el Camino de los Mozárabes: Vía de la Plata
Sábado 26-5-2012 - De Galisteo a Aldeanueva del Camino (49,5 Km.)
Salida: 6.00 - Llegada: 17.25
Tirando millas en busca de un Norte lejano.
Cielos claros con nubes dispersas, sol y calor (Máx. 27ºC)
Sobre las 4.30 ya se apreciaba movimiento en el interior del albergue. Como habían anunciado, el grupo de peregrinos que ocupaban el dormitorio se preparaba para salir muy temprano y, mientras unos ordenaban el interior de sus mochilas, otros se preparaban el desayuno en la sala de estar aprovechando la luz del pasillo. A pesar de que su presencia era perceptible, lo hacían sigilosamente, intentando molestar lo menos posible a los que allí parecíamos dormir... hasta que la lideresa cumplió su amenaza... y haciendo valer sus derechos, entró en la estancia encendiendo la luz, hablando con voz firme y tomando posesión del territorio...
En esas condiciones me era casi imposible volver a conciliar el sueño, pero como tenía por delante una etapa muy larga, aproveché la forzada situación para sacarle partido y, según fueron abandonando la sala, me puse yo también en marcha.
Abandoné el albergue todavía de noche, para subir hasta la Puerta de Santa María por la que se entra al recinto amurallado de Galisteo y, después de atravesar la Plaza de España, salir de nuevo al exterior por el arco de la Puerta de la Villa. A escasa distancia se atraviesa un puente de piedra construido en el Siglo XVI, una estructura elevada sobre siete arcos que salva el cauce del Río Jerte. Vienen después más de diez kilómetros caminando por una carretera secundaria, que continúa por la margen derecha del río y enlaza sucesivamente con las pequeñas localidades de Aldehuela del Jerte y Carcaboso, todavía dormidas a pesar de que a estas horas ya ha amanecido.
El trazado de la vía romana, hasta aquí sepultada bajo el asfalto, se interna ahora en campo abierto, pasando por una fértil llanura dedicada al cultivo y la ganadería. Caminaba en solitario cuando llegué a la altura del Canal del Jerte, donde termina la zona de cultivos, y allí alcancé a la lideresa y su grupo hasta que se fueron quedando atrás. Abriendo y cerrando cancelas al pasar, tras subir una pequeña pendiente se entra en los Llanos de la Jarilla, una amplia y agradable zona de dehesa por la que, entre encinas, alcornoques y muretes de piedra, se atraviesa una inmensa zona despoblada...
... porque despoblados están los lugares de Canchal del Gato, Dehesa del Cuarto Real, El Cuerno, Las Veredillas, la Venta Quemada, el Cuartillo, el Arroyo de las Torrucas... por los que voy pasando entretenido y sin detenerme hasta un lugar perdido en medio de la llanura, donde aparece como caído del cielo un gran objeto que en Extremadura se ha adoptado como símbolo de la Vía de la Plata: El Arco de Cáparra.
La ciudad romana de Cáparra, situada a orillas del Río Ambroz en los límites de la antigua provincia de Lusitania, no fue seguramente una de las más importantes de la península, pero llegó a contar con un gran número de viviendas, foro, baños públicos y anfiteatro. Empezó a perder población durante la Alta Edad Media, quedando casi abandonada tras la invasión del territorio por los musulmanes. El arco es un pórtico cuadriforme de más de 13 metros de altura, sustentado por cuatro gruesas columnas de piedra y situado sobre el cruce en perpendicular de las dos calzadas o calles principales de la ciudad. La Vía de la Plata lo atraviesa de Norte a Sur.
Desde que comenzó la jornada he caminado hasta aquí durante casi 30 km y estoy todavía muy lejos de llegar a una población con albergue. Cuando me planteé el recorrido de esta larga etapa, al llegar a este punto tenía varias alternativas; continuar andando otros 20 km hasta llegar a Aldeanueva del Camino, desviarme hasta Oliva de Plasencia, situada algo más de 6 km fuera de la ruta, o llamar al teléfono de un hostal de carretera que por un módico precio tiene un servicio de taxi que recoge a los peregrinos en Cáparra y los vuelve a dejar en el mismo punto al día siguiente. Elegí la primera de ellas, y después de dedicar unos minutos a visitar las ruinas, seguí en dirección Norte mi recorrido a lo largo del Valle del Ambroz.
Enfrascado en mis pensamientos de caminante, voy meditando acerca de una teoría sobre tramos horarios que tengo ya bastante perfeccionada. Se trata de que, según mi propia experiencia, durante las cuatro primeras horas de marcha se disfruta del camino como si se tratase de un agradable paseo; en las dos horas siguientes la calidad va disminuyendo gradualmente, y comienzan a aparecer los primeros signos de fatiga que equilibran la balanza; a partir de la sexta hora, el cansancio hace pensar cada vez con mayor frecuencia en lo que queda para llegar, y se va complicando encontrar un buen acomodo para la mochila sobre los hombros; pero a medida que se sobrepasan las horas centrales del día, sobre todo si el sol cae a plomo, es cuando aparece el sufrimiento y la etapa se puede hacer larga, o muy larga...
A estas alturas, el itinerario todavía reserva algunas imágenes de postal al aproximarse a la zona de montañas, y cerca ya del final de la jornada lo peor no es la distancia, ni el calor, sino los caprichosos desvíos ocasionados por la carretera N-630 y por la reciente construcción de la Autovía de la Plata, que a la fuerza han de compartir el mismo territorio, lo que obliga a los peregrinos a utilizar otros caminos alternativos. Alguno de ellos está poco o mal indicado, y otros obligan a dar considerables rodeos en los que aparentemente se progresa en dirección contraria, lo que ocasiona no pocas dudas. Pero al fin se recupera nuevamente el trazado de la Cañada Real, que dirige su curso hasta la misma entrada de Aldeanueva del Camino, y desde allí, siguiendo en línea recta a lo largo de la Calle de las Olivas se llega a la misma puerta del albergue.
El albergue de Aldeanueva está ubicado en un edificio de propiedad municipal, y en sus dos plantas ofrece diez plazas para alojamiento de peregrinos. Aparentemente nadie se ocupa del orden y la limpieza, por lo que tiene un aspecto de total abandono, pero es lo que hay, y después de esta larga jornada al menos encuentro aquí un lugar a cubierto donde ducharme y descansar.
Llegué casi al mismo tiempo que Tierry, un francés con el que ya me había cruzado varias jornadas atrás, en la etapa que acabé en Villafranca de los Barros, y antes que yo habían llegado dos peregrinas suizas y un argentino residente en Sevilla que venía desde allí en bicicleta. A lo largo de la tarde llegaron otros tres ciclistas.
Habitada escasamente por 800 habitantes y poblada desde la época de los romanos, Aldeanueva del Camino es una localidad con una larga historia que cuenta con abundantes muestras de arquitectura popular, plasmada en los vistosos balcones de madera que reflejan otras épocas de economía más floreciente. Con la invasión de los musulmanes la población fue arrasada, pero se volvió a repoblar paulatinamente. Después de la reconquista quedó en el mismo límite de dos reinos cristianos, por lo que fue dividida en dos núcleos de población separados únicamente por la calle por la que discurre la Vía de la Plata.
Agrupada en torno a la Iglesia de Nuestra Señora del Olmo se constituyó Casas de Aldeanueva, perteneciente al Reino de Castilla y dependiente de la diócesis de Plasencia. En torno a la Iglesia de San Servando se agruparon los habitantes de Aldeanueva del Camino, perteneciente al Reino de León y bajo la dependencia de la diócesis de Coria. Ambos núcleos volvieron a unirse bajo el reinado de los Reyes Católicos, pero la división eclesiástica permaneció hasta 1959 condicionando el devenir de la localidad.
Después de recorrer ampliamente sus calles busqué un sitio donde comer algo distinto de un bocadillo, hasta que encontré el Bar Sebas, donde por un precio razonable me sirvieron un completo menú: Patatas revolconas, estofado de carne y arroz con leche. Buen premio a una larga caminata que me llevó a detenerme en los confines de Extremadura, cerca ya de las montañas que conforman el Puerto de Béjar, puerta natural de entrada a la provincia de Salamanca. Estaba fatigado... pero una vez más pude con todo.
- Descargar el itinerario de la etapa en un archivo para Google Earth: Clicar AQUÍ
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1 comentario:
Esas patatas revolconas tienen una pinta excelente.
Desvelado ya el fin de capitulo con la lideresa, me queda el resquemor de que no tuviera un pequeño escarmiento, justa recompensa al exceso de soberbia que parece le acompañaba
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