miércoles, 29 de diciembre de 2010

Etapa 16: EL BURGO RANERO - LEÓN

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Martes, 12-10-2010: De El Burgo Ranero a León (37 Km.)
  
De la quietud del secano a la animación del "húmedo".

Nubes y claros durante toda la jornada. Temperaturas agradables.


Ya fuese real o imaginario, el ataque masivo de los chinches no me dio reposo en la noche de las mil y una vueltas dentro del saco. Me levanté en silencio antes de las cinco de la mañana, cuando el albergue todavía dormía, y me metí en la ducha para intentar purificarme del malestar que no me dejaba conciliar el sueño. Recogí y sacudí energicamente cada prenda de las que tenía a secar en el exterior, lo mismo que hice con toda mi ropa antes de ponérmela, y fui examinando a conciencia todo lo que metía en la mochila. Afortunadamente, llevaba mi equipo en bolsas plásticas bien cerradas. Salí del albergue en plena noche, cuando ya empezaba a desperezarse el resto del personal. Pronto abrirían el mesón de enfrente; necesitaba relajarme y echar al cuerpo algo más que un café con leche.

Una hora antes de amanecer ya estaba de nuevo en el andadero saliendo de El Burgo Ranero junto a los muros del cementerio. Después de un rato avanzando ligero en la oscuridad y apartando de mi cara sedas de araña a cada paso, me cambié a caminar por el asfalto, lejos de la hilera de árboles desde los que ondeaban los molestos filamentos, aprovechando que la carretera no llevaba tráfico a esas horas. Se hizo de día a la altura del desvío a Villamarco, casi a siete kilómetros del punto de partida. Después de tantas jornadas por esta llanura, la soledad del páramo comienza a ser un poco agobiante. Ya tengo ganas de llegar a Galicia... ¿Será tan verde como dicen?














A la entrada de Reliegos, primer lugar habitado que aparece hoy a los trece kilómetros de ruta, encuentro unas  típicas cuevas con bodega bastante bien cuidadas. Paso a continuación por su Calle Real, justo donde cayó un meteorito de casi nueve kilos de peso en la mañana del día de los Santos Inocentes de 1948. Después, el andadero sigue su curso monótono hasta las proximidades de Mansilla de las Mulas, localidad amurallada que recibe este nombre por la importancia de las ferias de ganado que allí se celebraban.


Se entra en Mansilla por la Puerta del Castillo o de Santiago, que atraviesa los restos de sus  importantes murallas, construidas "a cal y canto", pasando a continuación junto a la Iglesia de Santa María. Como a estas horas ya se me ha abierto un boquete en el estómago, busco un buen sitio en la Calle de los Mesones donde me ponen algo de comer y de beber, y me preparan un bocadillo para  llevar a la mochila. Como hoy es el día de la Fiesta Nacional, en la tele ponen la imágenes del desfile de las Fuerzas Armadas.


Se sale de Mansilla por un paraje arbolado, cruzando el Río Esla sobre los ocho arcos de piedra de un puente medieval  que data del Siglo XII. Desde aquí cambia el paisaje hasta que, en la localidad de Puente Villarente, se atraviesa el cauce del Río Porma. El color pardo del páramo abre paso a los tonos verdes de  la vega, donde abundan las huertas y las fincas de regadío dedicadas al cultivo de maíz, y son frecuentes las hileras de chopos y álamos. Pero el respiro no es completo, porque ahora se camina por un camino carretero en paralelo a la N-601 entre Valladolid y León, que  soporta una gran densidad de tráfico.


Cuando terminan las llanuras agrarias vuelve a dominar el ocre de los campos de cereal, pero  ahora León ya está cerca, y a lo largo de la carretera surgen las zonas residenciales y los talleres y naves industriales de su extrarradio. Afortunadamente, el camino se aparta ahora unos cientos de metros del asfalto. Tras una ligera subida, voy dejando a mi izquierda la villa de Arcahueja, con su Iglesia de Santa María, y el cementerio de Valdelafuente.




La subida continúa hasta el Alto del Portillo, desde donde se puede apreciar una buena panorámica de la ciudad. Por un complicado puente metálico se atraviesa la autopista de circunvalación y varias carreteras, para iniciar luego una bajada hacia el arrabal de Puente Castro. Cruzando el Río Torío por un puente de piedra que da nombre a esta antigua judería, se llega enseguida hasta las mismas murallas de León.



Antes de las tres de la tarde entro en el casco antiguo franqueando las murallas por la Puerta Moneda. Andando poco más de cien metros, detrás de la Iglesia de Santa María del Mercado (Siglo XII), se encuentra la Plaza del Grano, con su pavimento de canto rodado y un bien conservado aspecto pueblerino. Aquí se termina mi etapa de hoy, porque en uno de los laterales de la plaza  se abre el portón del albergue que estaba buscando, ubicado en el interior del Convento de las Carbajalas. Es uno de los pocos de todo el camino que cuenta con dormitorios separados para hombres y para mujeres.


Antiguo asentamiento de legiones romanas, y casi despoblada en la época de dominio musulmán, la ciudad de León adquiere relevancia al convertirse en el año 910 en cabecera del Reino de León, condición que conservará durante casi cuatro siglos, hasta que en 1301 se integra definitivamente en la Corona de Castilla. Su patrimonio histórico y cultural es inmenso, pero tres grandes monumentos religiosos destacan sobre los demás: La Basílica de San Isidoro, una de las construcciones más significativas del románico español, y panteón de reyes medievales, la Catedral de Nuestra Señora de Regla o Pulchra Leonina, iniciada en el Siglo XIII por Alfonso IX en un cuidado gótico de estilo francés, y el Convento de San Marcos, construido por los Reyes Católicos como sede de la Orden de Santiago, excelente ejemplo de la arquitectura plateresca propia del renacimiento español.




De su arquitectura civil es de destacar el Palacio de los Guzmanes, sede actual de la Diputación Provincial, la barroca Casa Consistorial, situada en la Plaza Mayor, y la Casa Botines, obra neogótica proyectada por Gaudí. Pero, personalmente, me quedo con la excelente rehabilitación y peatonalización de las calles y plazas de su casco histórico, y en concreto de las coloridas callejas del conocido como Barrio Húmedo, antigua sede de artesanos, mercaderes y peregrinos, en el que se puede disfrutar siempre en compañía de la comida y bebida servida en decenas de bares, cafés y mesones que hacen de él uno de los lugares de visita obligada.



El interior de la Catedral merece ser destacado por sus magníficas vidrieras, las cuales, según el guía que daba las explicaciones, llevan actualmente veinticinco años en período de complicada y costosa restauración, y se calcula que le queda al menos otro tanto, ya que de sus dos niveles sólo han terminado con las situadas en el nivel inferior. Supongo que cuando hayan acabado tendrán que volver a empezar otra vez. La fachada, aunque distinta que la de la catedral de Burgos, no deja de ser majestuosa.














Hoy he llegado pronto al final de la etapa, pero aquí hay mucho que ver y no soy capaz de absorber tal cantidad de información en un tiempo tan reducido. Después de visitar la Catedral y sus impresionantes vidrieras, cuando llevo más de dos horas callejeando por la ciudad, me da un bajón físico que me obliga a parar a comer, algo que mi cuerpo iba pidiendo a gritos desde hacía rato. Lo primero que encuentro es una pastelería en la avenida Ramón y Cajal, frente a las murallas, donde hacen unos pasteles de manzana "que quitan el hipo". Pronto me tocará sentarme a cenar, que en este albergue cierran a las 9.30 h. y hay que retirarse a tiempo para no quedarse a dormir en la calle. ¡Estas monjitas te son muy estrictas con la disciplina!



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2 comentarios:

Be* dijo...

El pastel de manzana es, sin duda, un premio después del madrugón provocado por las chinches fantasmas, jejeje.

Sólo te faltó una foto del letrero que hay cerca de la catedral donde pone "LEÓN" en mayúsculas, y otra del monumento frente a la catedral donde debes buscar una huella palmar similar a la tuya en un solo intento; recuerdo que yo lo conseguí cuando fui de excursión =)

Nando dijo...

¡No me digas que no te tomastes unas tapas en el "húmedo"! no me lo puedo creer.
Por muy bueno que estuviera el pastel de manzana, un peregrino que se precie debe hacer parada en el barrio "húmedo", esencial para reparar cuerpo y espiritu, y no sólo para admirar la peatonalización de sus calles, .... que tampoco esta mal.