martes, 11 de diciembre de 2012

ETAPA 21: A GUDIÑA - LAZA

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Por el Camino de los Mozárabes: Ruta Sanabresa

Miércoles 6-6-2012 - De A Gudiña a Laza (34,5 Km.)
Salida: 6.05 - Llegada: 14.10

Fantasmas en la Sierra Seca.

Cielo nuboso, niebla, orballo y temperatura otoñal (Mín. 14ºC - Máx. 18ºC)



En el ambiente espeso del dormitorio reinaban las respiraciones profundas y pausadas cuando desde las profundidades del saco pude escuchar el sonido lejano de la alarma. Me levanté a las 5, y en un par de rápidos viajes transporté todas mis cosas hacia la planta inferior, para preparar mi equipo molestando lo menos posible. A pesar de que era muy temprano, ya había varios peregrinos que se habían levantado y desayunaban en la cocina hablando con prudentes susurros.

Frente al crucero que hay al final de la Calle Mayor se encuentra la señal donde se separan las dos opciones para continuar el camino hacia Ourense: Por Verín o por Laza. La primera da un pequeño rodeo hacia el Sur y supone emplear una jornada más, así que, como la mayor parte de los caminantes, elegí la alternativa más corta.

El itinerario se inicia en una ligera subida hasta el cerro de Penalobos, por una pista asfaltada cuyo trazado coincide con la antigua Verea Vella y que va recorriendo la línea de alturas de la Serra Seca a poco más de mil metros de altitud. A medida que A Gudiña va quedando atrás aumenta la claridad de la mañana, pero la espesa niebla no me deja disfrutar de las excelentes panorámicas que imaginaba.















La primera parte de la jornada se traduce en un monótono seguimiento de la vía de asfalto, que sólo se abandona al pasar por cada una de las aldeas que salpican la montaña y van jalonando el itinerario, pequeñas agrupaciones de casas semiabandonadas que aquí llaman Ventas. En esta zona perdida en las alturas, en la que los inviernos han de ser difíciles de soportar, la presencia humana es escasa o nula, y los peregrinos avanzamos traspasando la niebla en medio de un completo silencio, como si fuésemos participando en la procesión de Os Caladiños...













Una vez sobrepasada A Venda do Espiño, con todo el aspecto de una aldea fantasma, la jornada sigue transcurriendo sin sobresaltos y con la vista siempre puesta en el asfalto. En A Venda da Teresa me llaman la atención los paraguas colgados a la entrada de unas casas, muestra palpable de que son herramienta de uso frecuente para los que allí habitan. De haber llevado uno en el equipo me habría hecho un buen servicio, porque la espesa niebla terminó por transformarse en persistente orballo y me obligó durante un largo tramo a proteger la cámara de fotos. Así, tuve que pasar por A Venda da Capela forzosamente "mudo" y "ciego".













La temperatura no llegaba a ser fría, y en ciertos momentos las nubes parecían querer deshilacharse, pero volvían a invadir por completo el escenario después de la siguiente curva, y sólo la fugaz presencia de un peregrino en bicicleta parecía querer alterar el plomizo guión. Una auténtica lástima, porque por esta zona las vistas prometían ser espectaculares. La pista va bordeando desde las alturas el amplio desfiladero en que se asienta el Embalse das Portas que, aunque no lo pude ver, es el elemento central del Parque Natural O Invernadeiro. La vía del ferrocarril avanza a media ladera sorteando a base de túneles cada una de las ondulaciones del terreno, y es un auténtico espectáculo detenerse a observar cómo avanza el tren, que aparece y desaparece una y cien veces por la montaña como si fuese una aguja que va hilvanando un tapete arrugado de color ocre y verde.

Pero una vez superada A Venda do Bolaño, poco después de las 10 de la mañana, las nubes comenzaron a levantarse perezosamente, y volvió a aparecer el paisaje... Fue justo después del Alto da Pantasma, cuando la ruta abandona el asfalto y, una vez recuperado el camino de tierra, avanza entre dos valles recorriendo el Lombo das Lameiras... Al final de la alargada cresta, la vereda se escurre en una peligrosa bajada de fuerte desnivel y firme irregular, que cae vertiginosa hasta el fondo del valle donde se encuentra la localidad de Campobecerros. Parada y fonda.


















Campobecerros es una parroquia del concello ourensano de Castrelo do Val y, situada a 900 m. de altitud en una de las colas del Encoro das Portas, es puerta de entrada al Parque Natural. De ser en su origen una aldea como tantas otras de la zona, habitada por unos cuantos carboeiros, su núcleo creció a partir de 1928 con la construcción de la vía del tren Zamora-Ourense, en la que trabajaron miles de carrileros y dinamiteros, y a día de hoy viven en ella más de un centenar de cambalanes (gentilicio de los naturales del pueblo). Una historia que podría volver a repetirse pues, aunque la localidad cuenta con albergue para peregrinos, sus instalaciones estarán ocupadas hasta el fin de la obra por los trabajadores de la empresa que construye la vía del AVE, lo que hace que los caminantes no encuentren otra opción de alojamiento hasta llegar a Laza.













Este pequeño pueblo es el único lugar "civilizado" en medio de la etapa, y recibe con una imagen de Santiago a todo el que se detiene frente a la Iglesia de la Asunción. En su centro, una especie de túnel entre casas es lugar de paso obligado, y a su lado, la Tienda-bar Da Rosario es parada recomendada. Allí me encuentro con el grupo que iba por delante, y Javier, un sevillano que marchaba en compañía de tres italianos, se ofrece a sacarme una de las pocas fotos en las que salgo retratado. El lugar es acogedor, y aprovechando el breve descanso, me tomo un café con leche y unas galletas maría que me dan nuevos bríos. Allí me comentan que, de un tiempo a esta parte, ha venido aumentado sensiblemente el número de peregrinos que recorren esta ruta. Ningún lugar mejor que éste para entretenerse a contar...
















Al salir de la población, echando la vista atrás se puede apreciar una buena panorámica de la bajada anterior por el Lombo das Lameiras, y el itinerario retoma el asfalto por una nueva pista que asciende por las laderas del Lombo do Marco, evitando así asociarse a los muchos requiebros del cauce del río, para terminar cayendo hasta Portocamba, una aldea como tantas otras, donde casi 25 almas sobreviven alejadas de las prisas de la civilización actual. Y aunque conviven junto a la vía del tren en el corto espacio en que sale de nuevo a la luz, son completamente ajenas al ajetreo que pasa a diario por delante de sus casas.













Por una amplia pista de tierra, la ruta vuelve de nuevo a las alturas para recorrer parajes con nombres tan sonoros como A Forca dos Lobos O Alto da Pica, contemplando las hermosas panorámicas de estos valles de montaña donde ahora las nubes no se atreven a entrar. Pero tras rodear A Pica do Rocín comenzará una larga bajada hacia un nuevo núcleo habitado, la aldea de As Eiras, que cuenta con una pequeña capilla y con un área de descanso para peregrinos muy bien cuidada. ¡Cuánta soledad y qué derroche de paisaje!














Desde aquí, el descenso se prolonga por las laderas de A Mallada Grande, y el terreno irá perdiendo altura progresivamente hasta que las últimas estribaciones de la Serra da Teixeira terminen suavemente en O Val de Laza, por debajo ya de los 500 m. de altitud. En el fondo del valle, el Río Cereixo recorre la espesura entre soutos y carballeiras, y a media ladera, la aldea de Trez completa una imagen de postal.


















Antes de llegar al fondo del valle me detuve un par de minutos para disfrutar de un puñado de guindas cogidas directamente del árbol y, muy cerca de allí, me entretuve en retratar una de las muchas piedras que  he venido observando desde la entrada en la provincia de Ourense, todas ellas distintas, y que componen un original sistema para señalizar el camino. Se trata de trozos de piedra natural de diferentes tamaños y con  formas irregulares, donde han ido tallando diferentes combinaciones de varios símbolos jacobeos con flechas amarillas, y a las que a partir de ahora prestaré más atención, porque constituyen un elemento novedoso y original en el que no había reparado lo suficiente.















Al terminar la bajada, después de cruzar el puente sobre el Río Cereixo se llega a la carretera OU-112, por la que se entra en Laza, y antes de dirigirse al albergue hay que pasar por la agrupación local de Protección Civil. Allí se hace la inscripción, se pagan los cinco euros estipulados en los albergues de la Xunta, y se recoge la sábana y la funda de almohada que han pasado a ser norma. También te entregan una llave para poder entrar y salir con libertad del recinto, que habrá que dejar depositada en un buzón antes de salir a la mañana siguiente.













Situado en la Rúa do Toural, a las afueras del pueblo, el albergue cuenta con unas instalaciones magníficas. Está ubicado en un moderno edificio de una sola planta con forma de U, bien diseñado para cubrir las necesidades de los peregrinos y dotado de un mobiliario cómodo y funcional. Tiene varios dormitorios de ocho plazas y otro más habilitado para minusválidos, cocina bien equipada y una amplia sala de estar y de lectura. Lo único que eché en falta fue un tendedero a cubierto de la lluvia... que terminó por caer.













Laza es una localidad asentada en el fondo de un valle  rodeado de montañas y situado en la cabecera del Río Támega. Es capital de un municipio con algo más de 1500 habitantes que se encuentran diseminados en numerosas parroquias y otros pequeños núcleos de población. Famosa por sus ancestrales fiestas de carnaval, históricamente fue lugar de paso de labradores y ganaderos que se trasladaban desde Galicia hacia la meseta por la Vereda Real, cuyo trazado coincide con el de los peregrinos que se dirigían hacia Santiago.

Comencé la visita en la Iglesia de San Xoan, que fue construida en estilo toscano, rematada a comienzos del Siglo XVIII, y cuenta con varios retablos barrocos. Se accede al interior a través de un pórtico abierto en la base de su gran torre, de donde también parten las escaleras por las que se sube al campanario. El exterior del templo, de considerables dimensiones, está completamente rodeado por las 280 tumbas que componen el cementerio, muchas de las cuales son auténticos panteones, lo que revela la importancia que dan los lugareños al cuidado de sus difuntos. Me llamó la atención también una reciente ampliación del camposanto financiada por la parroquia, cuyas sepulturas en piedra están elaboradas con un lujo que en el pueblo sólo veré en las viviendas de los vivos en contadas ocasiones, y que cuenta además con aseos y una sala de autopsias.













Buscando una panadería y un súper donde hacer unas compras, completé un amplio recorrido a lo largo de las calles en las que se celebra el entroido, por donde los peliqueiros van con la cara cubierta por una máscara, la cintura rodeada de cencerros, y corren detrás de los incautos que se interponen en su camino armados con una fusta.

En la recién remodelada Plaza de A Picota se encuentra la que fue casona del corregidor, que por delegación del Conde de Monterrei ejercía la jurisdicción sobre los vecinos del lugar, extendiendo también  su influencia a los de las parroquias vecinas. También se pueden apreciar otras casas señoriales a lo largo del pueblo, alguna de ellas en estado de abandono, y un artístico cruceiro.


















De vuelta al albergue me pasé por el tendedero a recoger la ropa que había dejado a secar, algo que la lluvia que estaba cayendo convertía en tarea imposible, y allí me encontré con varias bicicletas de recién llegados. Una de ellas era un curioso tándem con remolque, conducida por un ciego y su lazarillo que resultaron ser mis compañeros de dormitorio. Me imaginé que a lo largo del camino tendrían que haber pasado por situaciones muy curiosas...

Mientras me preparaba el bocadillo para el día siguiente, el grupo de italianos se esmeraba en cocinar una buena cantidad de pasta, que pensaban acompañar con una salsa a base de champiñones silvestres que habían recolectado en un alto del camino, y la verdad es que demostraban tener buena maña. Cuando se sentaron a la mesa me invitaron a acompañarles, y el plato estaba realmente bueno. La conversación derivó en la eurocopa de fútbol que estaba a punto de comenzar, y en el partido España-Italia de la primera fase, pero aquí las fuerzas se equilibraron, porque en esto el sevillano estaba de mi lado, a pesar de que todavía no estaba claro si Del Bosque iba a jugar con Torres o alinearía a un falso delantero...














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1 comentario:

Nando dijo...

Pena de niebla y pena de unas bonitas fotos del paisaje. Menos mal que el primer partido con Italia acabó con empate. Sino me parece que se habrían acabado las invitaciones a pura pasta italiana