domingo, 14 de julio de 2013

ETAPA 2: ZAMORA - SANTA CROYA DE TERA

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La Vía de la Plata en Bici: De Salamanca a Santiago
El Camino de Fonseca











- Lugares de paso: 1.- Zamora - 2.- Roales del Pan - 3.- Montamarta - 4.- Castrotorafe (ruinas) - 5.- Riego del Camino - 6.- Granja de Moreruela - 7.- Río Esla (Puente de Quintos) - 8.- Faramontanos de Tábara - 9.- Tábara - 10.- Villanueva de las Peras - 11.- Santa Croya de Tera

- Longitud de la etapa: 88,1 Km - Desnivel acumulado en las subidas: 876 m.
- Altitud inicial: 636 m. - Altitud final: 725 m.
- Altitud máxima: 805 m. - Altitud mínima: 636 m.
- Nivel de dificultad: 0 - 1 - 2 - 3 - 4 - 5 - E
- Descargar recorrido para ver con Google Earth: Clicar AQUÍ


Lunes 20 de mayo de 2013 (Salida: 8.20 - Llegada: 16.40)
Comienza frío y nuboso pero el sol se abre paso a lo largo del día (Mín: 2ºC - Máx. 16ºC)

Abandonamos la meseta enfilando el camino del Noroeste


A las 5 de la madrugada me desperté con acidez en el estómago y bajé hasta la cocina para buscar un poco de leche con que aliviar la situación. Pude conseguir mi objetivo porque, antes de acostarse, las hospitaleras ya habían dejado preparado en el comedor todo lo necesario para el desayuno, de tal manera que a medida que los peregrinos se fuesen levantando cada uno pudiese servirse a su gusto el Nescafé, colacao o infusiones, cereales, galletas... Cuando a las 7 sonó el despertador, nuestro solitario compañero de dormitorio ya había desaparecido, y al bajar a desayunar sólo quedaban sobre la mesa los pocos restos que habían dejado los hambrientos peregrinos a pie. Afortunadamente, había una hospitalera atendiendo el servicio, y nos preparó unas tostadas con algo de pan que le quedaba en reserva, y con ello pudimos salvar la situación. En estas circunstancias, es habitual que los ciclistas vayamos con un horario más retrasado, tanto en la salida del albergue como en la llegada al final de las etapas.













Había llovido durante la noche, la mañana era fría y el cielo estaba todavía nuboso, por lo que salimos al exterior bien abrigados para enfrentarnos a una nueva etapa por el despejado territorio de la meseta. Desde la Plaza Mayor hay que atravesar la ciudad en casi toda su extensión, enlazando calles y rotondas en dirección a la carretera de La Hiniesta. Una vez sobrepasada la zona industrial de las afueras, el itinerario se desvía separándose del asfalto por un camino que bordea una escombrera, para abrirse poco después a la inmensa llanura que cambia su anterior nombre de Tierra del Vino por el de Tierra del Pan. La primera población de la jornada es Roales del Pan, que tiene en la Iglesia de la Asunción y el Ayuntamiento sus edificios públicos más representativos.













El camino seguía siendo amplio y practicable, pero el firme húmedo y blando que había quedado tras la lluvia nos ponía más dificultades de las previstas y por momentos parecía que rodábamos sobre bicicletas lastradas con plomo. En mitad de las largas rectas del Camino de Montamarta, la ruta atravesaba un corto tramo de tierra removida provocado por las obras del AVE a Galicia, y en poco más de cien metros las bicicletas quedaron completamente inutilizadas. Como si se tratase del auténtico "barro asesino" que nos recordó experiencias anteriores, la arcilla rojiza y pegajosa recubrió las ruedas en pocos segundos formando un pesado "zueco" circular y afectó igualmente a los elementos de transmisión, dejándonos paralizados y con pocas opciones. Perdimos más de media hora para liberarnos del peso extra, empleando para ello los pocos medios de que disponíamos además de nuestras manos. Piedras, palos, algún trozo de plástico y no pocos esfuerzos, sirvieron de ayuda para liberarnos de esta inesperada trampa.













A la salida de Montamarta el camino estaba cortado y las señales nos desviaban a dar un pequeño rodeo por la carretera. El motivo es que había que atravesar el extremo de uno de los brazos del Embalse de Ricobayo, normalmente seco y transitable, que con las abundantes lluvias que se fueron sucediendo durante esta primavera se encontraba completamente inundado. Por una intensa rampa de subida rodeamos la estampa románica de la Ermita de la Virgen del Castillo, construida en el Siglo XII sobre un pequeño cerro y ahora casi aislada por el agua.















Rodeando también el cementerio remontamos de nuevo a la llanura, donde volvimos a encontrarnos con una zona de obras, pero esta vez sin mayores consecuencias. Pronto llegamos a la urbanización Casas de Valclemente, junto al cuerpo principal del Embalse de Ricobayo, lo que nos obligó a dar nuevos rodeos. El nivel de las aguas del Río Esla estaba tan elevado que en algún tramo había que usar la carretera, y en otros el camino entraba directamente en el pantano, por lo que había que bordearlo casi "a monte". Superado el obstáculo, unas rodadas nos condujeron al camino que se dirige al Despoblado de Castrotorafe.

















Presente ya en las crónicas del Siglo XII, Castrotorafe fue una antigua ciudad amurallada situada en este lugar estratégico de la Vía de la Plata, en cuyo extremo Noroeste se construyó un castillo para controlar el paso por el puente que cruzaba el Río Esla y recaudar el portazgo,  tarea que fue encomendada a los caballeros de la Orden de Santiago. Al estar situada en una zona próxima a la frontera con el vecino Reino de Portugal, el dominio de la villa pasó por distintas vicisitudes, a lo que contribuyeron también las disputas dinásticas entre los Reinos de León y Castilla y la guerra de sucesión entre Isabel y Juana, siendo arrasada en sucesivas ocasiones y reconstruida otras tantas. Fue perdiendo importancia a partir del Siglo XVI, hasta quedar completamente despoblada. Actualmente, a pesar de que tanto el castillo como el recinto amurallado que rodeaba la población han sido catalogados como Monumento Nacional, ambos se encuentran en estado ruinoso y de aparente abandono. Desde la fortaleza se puede contemplar una excelente panorámica sobre el aumentado cauce del río, en cuyas profundidades reposan para siempre los restos del puente que sirvió para financiar una buena parte de la construcción de la Catedral de Zamora.

El camino sigue atravesando la llanura y deja a un lado a la pequeña población de Fontanillas de Castro, para salir a la carretera N-630 unos kilómetros más adelante, a la altura de  Riego del Camino, y volver a dejarla después. Por tramos de rectas interminables que pasan junto al Cerro de la Horca y atraviesan el Llano de Pilatos se llega al estratégico enclave de Granja de Moreruela. Buen momento para acercarnos al bar del pueblo a descansar y reponer fuerzas.













El local, auténtico centro de reunión social de la localidad, reúne en un mismo edificio el albergue de peregrinos y el teleclub, y es a la vez restaurante y sala de fiestas, pero en esta "extraña hora" de media mañana en que llegamos no son capaces de servirnos ni un mísero pincho de tortilla. Hemos de conformarnos con un café con leche y unas magdalenas, pero todo es válido para calmar un pequeño agujero en el estómago, sobre todo si esto es lo único que se puede encontrar en este desolado territorio a muchos kilómetros a la redonda.

Desde aquí se pueden seguir dos direcciones hacia Compostela, continuar hacia el Norte por la Vía de la Plata para enlazar en Astorga con el Camino Francés, o desviarse hacia el Oeste siguiendo el Camino Sanabrés, que entra en Galicia atravesando las montañas de Ourense, y nosotros elegimos la opción de la mayor parte de los peregrinos. En Granja de Moreruela, por tanto, abandonamos la Vía de la Plata e iniciamos la Ruta Sanabresa, aunque popularmente se sigue manteniendo para este trayecto la misma denominación que para la vía romana e, incluso en las señales oficiales, ésta continúa siendo la de uso más frecuente.

A casi 4 kilómetros se encuentran las ruinas románicas del Monasterio de Moreruela, erigido en el Siglo XII por los monjes del Císter con la finalidad de repoblar y cultivar la zona una vez reconquistada a los musulmanes. Recuperamos la marcha con intención de visitarlo, pero se encuentra un poco apartado del camino y sin ninguna señal que lo indique, a pesar de ser el principal atractivo de la zona, por lo que tuvimos que pasar de largo y quedarnos con las ganas. 

El paisaje cambia de manera apreciable cuando la ruta se acerca de nuevo al cauce del Río Esla, ya que se abandona la llanura para entrar en una zona de jarales y vegetación frondosa, en una tipica configuración de terreno ondulado y bosque mediterráneo donde las cuestas nos hacen entrar en calor. El Río se atraviesa dando un pequeño rodeo por la carretera en Puente de Quintos, una elegante construcción de mampostería de principios del Siglo XX, con 9 arcos y más de 100 metros de longitud.













Al otro lado del puente, el camino continúa por un paraje de gran belleza que avanza bordeando el cauce de agua por la Dehesa de Tardajos hasta un rocoso desfiladero. Pero se trata de un sendero muy irregular que no es apto para las bicicletas, lo que nos obliga a dar un nuevo rodeo por la carretera. A medida que el cauce va quedando atrás el paisaje entrará de nuevo en la monotonía de la llanura, donde las pistas amplias, las grandes rectas y la tierra arcillosa de color rojizo constituyen las señas de identidad de la comarca de Tierra de Tábara. Circulando a buen ritmo, en medio del Valle de los Peralejos nos encontramos con la localidad de Faramontanos de Tábara, que con poco más de 400 habitantes tiene en la Iglesia de San Martín su edificio más emblemático.














Una vez sobrepasado el pueblo, la recta sigue invariable hacia el Oeste hasta que las flechas obligan a un desvío en ángulo recto, para enfilar el camino hacia Tábara en una zona afectada otra vez por las obras del AVE y por un constante tránsito de camiones. Llegamos a esta villa histórica poco después de las 2 de la tarde, cuando el sol ya calentaba desde las alturas.

Actualmente, la localidad de Tábara no alcanza los 900 habitantes, pero durante la Edad Media albergó el Monasterio de San Salvador, fundado en el Siglo IX por San Froilán, que llegó a ser un notable centro religioso del antiguo Reino de León donde llegaron a convivír hasta 600 monjes y monjas formando una comunidad dúplice. Contó con un importante scriptorium donde se elaboraron, copiaron e iluminaron destacados códices y beatos medievales, y fue incendiado a finales del Siglo X por las tropas de Almanzor en su avance hacia Compostela. Sobre sus ruinas se levantó en el Siglo XII la Iglesia de Santa María, cuyo elemento más destacado es una monumental torre de planta cuadrada que cuenta con un característico conjunto de ventanales en arco de medio punto.















Ya se acercaba la hora de la comida y, después de la decepción anterior, ahora encontramos una buena satisfacción a nuestras ansias en uno de los bares de la Plaza Mayor, donde cayeron unas jarras de cerveza heladas y unos enormes y suculentos bocatas de lomo con queso. Volvimos a encontrarnos con Sindo y Soraya, la pareja de ciclistas con los que habíamos coincidido en el albergue de Zamora que, aunque venían por carretera, también se habían parado aquí a comer.

Al reanudar la marcha decimos adiós definitivamente a la llanura castellana y, tras unos kilómetros en ligera subida y una vez superado el paso por la Sierra de las Cavernas, se entra en una zona de perfil ondulado donde abunda de nuevo la vegetación y domina el sotobosque. La pista es buena, pero atraviesa un laberinto de cruces y desvíos donde no sería difícil perderse de no ser por las flechas amarillas que guían nuestro recorrido. En este trayecto, el camino se bifurca en dos opciones que se volverán a unir unos kilómetros más adelante, y optamos por seguir de frente hacia Villanueva de las Peras, a donde se llega después de atravesar el Arroyo Castrón.













La pequeña localidad se compone de un conjunto de calles desalineadas, formadas por viejas casas de adobe y ladrillo en aparente desorden, muchas de ellas en estado de abandono o ruina. Como en muchos otros pueblos que todavía hemos de recorrer, parece como si las ventajas de la moderna civilización se resistiesen a llegar del todo hasta allí, porque presentan un aspecto bastante deprimente.

Al salir del pueblo, la ruta recorre un pequeño tramo hacia el Este hasta encontrarse con el otro itinerario que viene de Bercianos de Valverde, para ascender luego hasta una zona amesetada rodeada de encinares por la que se circula con rapidez y que nos conduce hacia el Valle de Tera.
















Se entra en Santa Croya de Tera por la Calle Mayor, recorrida por una carretera local, y se llega al albergue después de atravesar la larguísima población, ya que se encuentra en el último edificio antes de cruzar el puente sobre el río que la separa de la vecina Santa MartaCasa Anita es un albergue de propiedad y gestión privada que cuenta con buenas instalaciones, algo así como un hostal para peregrinos, donde también sirven cenas y desayunos, lo que es un auténtico lujo para un pueblo como este que no ofrece muchas alternativas a los caminantes.













Después de asignarnos cama en uno de los dormitorios, nos proporcionaron una manguera con la que limpiar las bicicletas, que todavía llevaban incrustada la arcilla desde esta mañana. Una vez duchados y con la ropa lavada y el equipo organizado, pocas cosas más nos quedaban por hacer que charlar un rato con las hospitaleras que regentan el albergue, salir a dar una vuelta a reconocer el pueblo y dar un amplio paseo por sus alrededores.

La dueña del solitario bar en el que paramos, de los siete que llegó a haber en otros tiempos, nos comenta que, junto a un pequeño súper y una carnicería, constituyen las únicas industrias en un pueblo habitado mayoritariamente por ancianos ya jubilados. Sin embargo, llama la atención el nivel de servicios de que disponen y lo cuidado de sus jardines e instalaciones públicas, en las que no faltan unas piscinas, un gran parque ajardinado que bordea el canal y un campo de fútbol con el césped perfectamente cortado. Aunque hay que decir que, a la hora en que nosotros pasábamos, un buen rebaño de ovejas se encontraba pastando sobre el terreno de juego.













Regresamos al albergue a tiempo para la cena con el resto de peregrinos, prevista para las 20 horas, y en poco tiempo se organizó una mesa con presencia internacional, donde junto a nosotros se sentaban dos italianos, dos norteamericanos y un alemán orgulloso de serlo. La conversación fue animada, y entre chapurreos de uno y otro idioma salieron a relucir algunos de los tópicos que abundan entre el personal que recorre el camino.


Cuando finalizó la cena y la conversación comenzó a languidecer, poco a poco nos fue entrando el sueño, pero el responsable del albergue y sus dos hijas parecían tener unas ganas irrefrenables de darnos conversación a todos los que estábamos allí, reteniéndonos con una insistencia que llegó a hacerse pesada. Cuando logramos desembarazarnos de la situación y llegamos al dormitorio, yo, que soy un mal pensado, creí descubrir el porqué de sus intenciones: Para caldear los locales, habían encendido la chimenea de leña de una sala de estar contigua y, por algún motivo sin duda involuntario, el humo había penetrado en las habitaciones generando un ambiente desagradable que todavía no se había disipado, y hacía falta algo más de tiempo...


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