sábado, 26 de febrero de 2011

ETAPA 25: RIBADISO DE ABAIXO - SANTIAGO DE COMPOSTELA

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Jueves, 21-10-2010: De Ribadiso de Abaixo a Santiago de Compostela (42 Km.)
  
El premio final... Compostela.

Brumas a primera hora. Cielo despejado y buena temperatura durante todo el día.



Puede que me haya vuelto muy exigente después de la gran variedad de lugares recorridos hasta aquí, pero el itinerario de esta última etapa no es el que mejor recuerdo me ha dejado de esta andadura. Ni por la dificultad de su recorrido, ni por la belleza de sus paisajes, ni por la monumentalidad que nos espera en los lugares de paso. La racanería con que la ruta de hoy dosifica los escasos buenos momentos parece querer reservar todo lo mejor para disfrutar de la llegada, ya que el encuentro final compensa con creces las carencias anteriores.

Allí  nos espera la Catedral románica por excelencia, aunque muy barroca en su evolución posterior, ubicada en una espaciosa plaza donde cada piedra es una pequeña aportación al significado de la palabra Arte, y rodeada por los muros de una ciudad ya antigua, cuyas angostas callejuelas están invadidas por una sutil atmósfera de ilustración y espiritualidad desde hace varios siglos.

Son las 6.30 h. en el albergue de Ribadiso. Suena el despertador y, para cumplir con el horario acordado la noche anterior, comenzamos a vestirnos a oscuras. Cuando son ya más de las siete y el resto de los dormitorios hace rato que están a plena actividad, en la parte alta del albergue nadie  más parece querer ponerse en marcha. Con la luz de una pequeña linterna trato de componer mi mochila intentando molestar lo menos posible, pero no puedo evitar el ruido que hacen las bolsas de plástico con las que impermeabilizo toda mi ropa, y tampoco las reiteradas quejas de una persona que va elevando progresivamente la intensidad de su protesta... Hasta que se atreve a levantar la voz y reprender a los que interrumpimos el sueño que cree merecer... No pude reprimir una severa respuesta, porque me salió del alma, pero me quedé muy tranquilo. Y en la habitación se hizo el más absoluto silencio... y alguien encendió la luz...

Durante el desayuno nos echamos unas risas comentando la jugada, y así, cargados de ánimo, empezamos los Tres Mosqueteros la última parte de nuestra aventura. Mientras a nuestra espalda el sol comenzaba a levantarse entre la bruma, y después de "calentar motores" en los primeros  minutos de subida inicial, alcanzamos un buen ritmo de marcha a la entrada de Arzúa, capital da terra do queixo, que con algo más de 2.000 habitantes es una localidad bastante anodina.



En medio de un paisaje siempre verde, donde el horizonte se suaviza y las pendientes desaparecen, avanzamos por una pista con buen firme, entre pastizales que se alternan con plantaciones de eucaliptos. La carretera sigue en paralelo pero a cierta distancia de la ruta, evitando las aldeas de Pregontoño, A Peroxa, Tabernavella, Calzada, Outeiro, Boavista, Salceda, Ras, Brea y O Empalme, en un itinerario donde hay poca cosa para destacar aparte de un par de monumentos levantados en memoria de sendos peregrinos fallecidos. Junto a la Capilla de Santa Irene, al costado de una fuente de aguas milagreiras, encontramos a un grupo de gente que participa en una celebración, en la que no falta el típico puesto de rosquillas atendido por un hombre feliz.

















Casi sin detenernos, seguimos avanzando a lo largo del camino en una relajada conversación, y disfrutando de la agradable compañía. Uno de los temas de la jornada es el cambio de gobierno que ayer anunció Zapatero, con renovación en varios ministerios, y del problema de la deuda, que parece poner en duda la solvencia de la economía española. También hablamos, en este caso en francés, de las repetidas huelgas y revueltas callejeras contra las reformas acometidas por Sarkozy, que pueden llegar a dificultar el abastecimiento de combustible en amplias zonas del país. Nos inspiran las curvas del camino...



Mis compañeros de viaje muestran unas irrefrenables ansias de conocimiento, y antes de llegar a A Rúa, aprovechamos la sombra de los eucaliptos para comentar la reciente prohibición de las corridas de toros aprobada por el Parlamento de Cataluña, y de su posible relación con la declaración de inconstitucionalidad de una parte del Estatuto de Autonomía. Muy ameno e instructivo.

Pero al pasar a la altura de O Pedrouzo, capital del concello de O Pino, mi pierna izquierda me dice al oido ¡Ya te vale! y amenaza con negarse a continuar. Como dependo de ella para llegar hasta el final, no me queda más remedio que pedir un alto (On doit s´arrêter!). En una terraza frente al polideportivo, mientras disfrutamos de un rato de descanso al sol, nos sirven unas cervezas frías y unos buenos bocadillos, que serán nuestra comida de hoy. Mis colegas saben por experiencia que en pocos minutos volveré a estar como nuevo.



Después de echarnos unas risas en un rato de conversación con unas peregrinas que se sentaron a nuestro lado, continuamos nuestro camino por una pista de tierra que, atravesando una carballeira, nos conduce por las aldeas de San AntónAmenal y Cimadevila hasta las inmediaciones del Aeropuerto de Lavacolla. La presencia de un polígono industrial y de las pistas de aterrizaje nos obliga a dar un gran rodeo en paralelo a la autovía.















A partir del núcleo de San Paio, el asfalto ya no nos abandona hasta el final de la etapa. En la aldea de Lavacolla nos detendremos junto a la Iglesia de San Paio, del Siglo XIX, para rellenar las cantimploras con el agua de la fuente parroquial, que tiene truco. Sentados en la escalinata de piedra, al hurgar en la mochila descubro algo de fruta, de la que damos cuenta al instante para no cargar durante el último tramo con un sobrepeso innecesario. Poco después pasaremos por el Rego de Lavacolla, un arroyo en el que, según cuenta la tradición, los peregrinos han de lavarse de cuerpo entero para llegar a la catedral desprovistos de "olores impuros" y evitar así que el botafumeiro trabaje en exceso.



Queda aún una última subida hasta Vilamaior, para entrar después en un tramo de rectas que, pasando junto a los centros emisores de la TVG y la TVE, nos acerca hasta San Marcos, ya casi un barrio residencial más de la ciudad, que termina en la entrada posterior del complejo del Monte do Gozo, junto a la pequeña Capilla de San Marcos.

La parte más alta está coronada por un gran monolito que conmemora la visita que realizó Juan Pablo II a la ciudad en 1993. La construcción pasa por ser un monumento dedicado a los peregrinos en el lugar desde donde, según cuentan, divisaban por primera vez las torres de la Catedral, de la que no encontramos referencias. Ya de bajada, recorremos la calle central del complejo donde se encuentra el albergue, que tiene todo el aspecto de un campo de concentración.



Ya casi estamos a tiro de piedra de nuestro objetivo. Después de bajar por unas escaleras que conducen al puente que salva la autopista, la carretera nos lleva hacia el Barrio de San Lázaro pasando sobre la vía férrea y la autovía de circunvalación. Su larga avenida central se desvía más adelante, y rodeando el Barrio de Fontiñas, a llegar a la Avenida de Lugo nos da entrada a las calles de la  ciudad.

Siguiendo por la Rúa dos Concheiros y la Rúa de San Pedro pasaremos junto al Convento de Santo Domingo de Bonaval antes de entrar en el casco antiguo por la desaparecida Porta do Camiño.



Las calles se estrechan ahora en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, y caminando con emoción sobre sus piedras históricas, avanzamos entre ilustres y añejos edificios por la Rúa das Casas Reais, la Praza de Cervantes y la Rúa da Acibechería, hasta la Praza da Inmaculada, limitada a un costado por la fachada Norte de la Catedral (Puerta del Paraíso) y al otro por el Convento de San Martín Pinario. Sólo nos queda descender las escaleras que pasan bajo el Arco de Gelmírez para entrar en la Praza do Obradoiro.



Son casi las cinco de la tarde cuando San Pablo, Saint Philippe y el Arcángel San Miguel (que debe ser mucho más que santo), llegan al centro de la plaza y se sitúan frente a la fachada principal de la Catedral de Santiago de Compostela, donde la peregrinación llega a su fin. Y esto es lo que ven.



Situados en el Km 0 de todos los Caminos a Santiago, y llegados al fin a nuestro destino, nos fundimos en un sincero abrazo. Son muchas las emociones que se agolpan... incontables las imágenes que permanecen en el recuerdo... muy intensos los momentos que se reviven en ese instante...

Me vienen a la memoria evocaciones tan distantes como la primera noche en el albergue de Somport, la fuente que nunca quiso aparecer, antes de Artieda, el lejano día de mi 50 cumpleaños, las dulces uvas de Cirauqui, el artista anónimo y el mosto recién pisado de Hontanas, el gran diluvio en medio del páramo palentino, el imaginado ataque de los chinches en Burgo Ranero, el largo descenso de la Cruz de Ferro y la cartera olvidada en Ponferrada, la gloriosa jornada de paso por O Cebreiro, la noche junto a la lareira del albergue de Sarria... También tengo presentes los buenos momentos en compañía de estos dos Santos que están a mi lado... Y no me olvido tampoco de los padecimientos que me provocó la tendinitis de las primeras jornadas y la periostitis tibial que todavía llevo conmigo... Ni de todos y cada uno de los momentos vividos, que han hecho que haber emprendido este Camino haya merecido la pena.

Pero para que la peregrinación sea completa quedan aún unos trámites que cumplir y unos ritos por los que ha de pasar todo peregrino, y a ello nos encaminamos una vez recuperados de la euforia del momento. En la Casa do Deán, situada en Rúa do Vilar 1, esperamos la cola formada ante la Oficina del Peregrino para recoger la Compostela, el diploma que acredita haber realizado la peregrinación. Para ello comprueban que los sellos estampados en los diferentes albergues dan fe de que nuestro recorrido cumple con las condiciones. Pero... ¿Habéis venido corriendo?



Allí acuden Belén y Andrés, que son los primeros en darnos la bienvenida, y a la salida, cuando nos dirigimos a la Praza da Quintana, Carlos se une al grupo. Nos toca ahora esperar otra cola para entrar en la Catedral por la Puerta Santa...

Inmortalizar la emoción de Philippe a la entrada, tocar las piedras del interior de la catedral, subir en fila india para dar el abrazo al Santo y bajar hasta la cripta para contemplar el venerado sepulcro, son momentos que vivo ahora con una intensidad especial, y que, a pesar de que son repetidos para mí, toman un nuevo significado por el hecho de ser compartidos con esta gente que viene hasta aquí desde tan lejos.





















...Y después de un rato largo disfrutando juntos de una última cerveza, ya con ganas de una ducha caliente y de un merecido descanso, llega el momento de la despedida. ¡Hasta siempre, compañeros! ¡Ha sido una gran satisfacción para mí sentir vuestra cercanía! ¡Pablo, gracias por los buenos momentos! Au revoir, Philippe, nous nous reverrons bien sûr! Y sobre la escalinata de la Quintana de Mortos volvieron a separarse nuestros caminos...



Sólo me queda agradecerte, Carlitos, que hayas estado ahí para acompañarme. Esa noche dormí muy a gusto en mi cama... sin pensar en el día siguiente.

¡Ah... Se me olvidaba! Como no podía ser de otra manera, al final del camino cumplí con dos compromisos que había contraído. El primero, saludar al apóstol por encargo de un buen amigo, navarrico él... ¡No hay Santo más abrazado!  Y el segundo, transportar hasta el final la piedra azul que recogí antes de llegar a Ruesta, junto al Embalse de Yesa, y que deposité a mi llegada sobre la vieira del Km 0, ante la basílica que fuera arrasada por las huestes de Almanzor allá por el año 997 y que fue reconstruida poco después, siendo consagrada como Catedral el 3 de Abril de 1.211, bajo el reinado de Alfonso IX.




















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viernes, 18 de febrero de 2011

ETAPA 24: GONZAR - RIBADISO DE ABAIXO

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Miércoles, 20-10-2010: De Gonzar a Ribadiso de Abaixo (43 Km.)
  
¡Tira millas pola corredoira!

Fresco a primera hora. Cielo despejado y buena temperatura el resto del día.


En Gonzar, a 85 km de nuestro destino final, nuestras alternativas pasaban por rematar la peregrinación en tres etapas cortas o en dos largas... Y decidimos optar por la segunda. Completamente de noche, a las 7.30 ya estábamos saliendo del albergue con intención de desayunar en el bar en el que habíamos estado la tarde anterior. A pesar de que nos habían dicho que a esa hora ya atendían al público, "se les habían pegado las sábanas". Nos cansamos de esperar y continuamos la ruta de subida que abandona el Valle del Miño por el camino hacia Castromaior.

En Hospital da Cruz, casi llegando al alto, encontramos un mesón en marcha donde servían desayunos a los peregrinos del albergue local, y allí paramos. Al salir ya se había hecho de día, y después de atravesar en nudo viario de la N-640, continuamos en dirección a Vendas de Narón. El ascenso se prolonga un poco más hasta la Sierra de Ligonde, que marca la divisoria de aguas con la cuenca del Río Ulla. Ya iniciado el relajado descenso por la Comarca de la Ulloa, dejamos a un lado el rústico Pazo de Lameiros con su Capilla de San Marcos, que luce un blasón familiar en la fachada. Unos metros más adelante, tras una curva del camino encontramos un antiguo cruceiro datado en 1.670, de los más antiguos que se conservan en pie.



Como en días anteriores ya me había sucedido con Philippe, y ahora también con Pablo, el camino va pasando casi sin darnos cuenta en  una charla animada y estimulante. Deliberadamente decidimos alternar a ratos el francés con el español, así todos perfeccionamos nuestra práctica del idioma. A ninguno de los dos hace falta tirarle mucho de la lengua, porque ambos son de conversación fluida, y con el paso de las horas avanzamos haciendo un repaso a los temas más variados.



Mientras pasamos por las aldeas de Ligonde, Airexe, Portos, Lestedo, Os Valos y O Rosario, comentamos los grandes contrastes entre las distintas regiones de España, pero también de Francia y de Méjico, de la actualidad y de su historia... de geografía, de política y de economía... de nuestras aficiones y ocupaciones, de nuestras respectivas familias... y hasta nos atrevemos en algún momento con la religión y la filosofía. Vamos embalados...

Hace ya un buen rato que caminamos en paralelo a una carretera comarcal, por una senda de tierra que poco antes de llegar a Palas de Rei se transforma en un camino más amplio. Este tramo lo han acondicionado recientemente y lo han enmarcado en piedra, convirtiéndolo en una auténtica alfombra para los peregrinos. Aunque el Códice Calixtino señala a esta pequeña villa de poco más de 800 habitantes como final de etapa, aparte de la moderna Iglesia de San Tirso, que incorpora una puerta románica del Siglo XII, no encuentro nada destacable en ella. Sólo señalar como anécdota histórica que Palas de Rei debe su nombre a que en su día albergó el palacio del rey visigodo Witiza, que reinó entre los años 702 y 710. El propio monarca asesinó aquí a Favila, padre de Pelayo, el que sería primer rey de Asturias, y abuelo de otro rey, Favila, que murió combatiendo con un oso (ése que hizo famoso el dicho de "espabila, Favila, que viene el oso").



Pues eso, espabilando es como vamos nosotros, que todavía nos queda mucha etapa por delante y nos hemos propuesto llegar a comer a la Pulpeira Ezequiel, en Melide, y todavía quedan más de 15 km. Somos conscientes de que se trata de un objetivo ambicioso, pero con un  sabroso premio final. Yo ya huelo en la distancia el aroma que sale de la olla de cobre...

Aldea de Riba, Carballal y Gaiola de Riba son pequeños lugares que superamos antes de la aldea de San Xiao do Camiño donde, integrada en un buen conjunto de arquitectura popular con casas de piedra y varios hórreos, encontramos una pequeña iglesia románica construida en el Siglo XII.



El mes de Octubre, época de lluvias por excelencia, nos está regalando  desde hace ya varios días un tiempo excepcional. El día soleado del que también hoy disfrutamos, y la acentuada calma que transmite el ambiente, hace que cada rincón del paisaje nos muestre la belleza de esta parte del territorio gallego, que sirvió de inspiración para que Emilia Pardo Bazán escribiese Los Pazos de Ulloa, y que no hace más que recibir elogios por parte de mis compañeros de ruta.


Arroyos con nombre sonoro, como el Rego Ruxián, se intercalan junto a ríos como el Pambre y el Furelos entre sinuosas corredoiras, frondosos bosques e incontables lugares habitados. Antes de cambiar de provincia iremos sobrepasando los caseríos de Pontecampaña, Casanova, Porto de Bois y Campanilla. A estas alturas mi pierna izquierda ya empieza a decir que la estoy explotando demasiado y me exige que paremos a tomar una cerveza. Como se ha portado bien hasta aquí, yo le regalo además con un par de buenas tapas, sentado a la sombra de la terraza de un bar en O Coto, ya en la Provincia de A Coruña.



Acabábamos de reemprender el camino cuando volvemos a detenemos en Leboreiro ("campo de liebres" según el Códice Calixtino), un núcleo rural de aspecto medieval con la calle principal empedrada, varias casas de piedra añeja y un cruceiro junto a la Iglesia de Santa María, del Siglo XIII, interesante capilla que cuenta en su interior con varios frescos y una talla medieval de la Virgen. Frente a la iglesia está todavía la casa que acogió en el Siglo XII un hospital de peregrinos fundado por la familia de los Ulloa. También se conservan varios hórreos antiguos o cabaceiros, elaborados con varas trenzadas y techado de paja. Un puente medieval salva el cauce del Río Seco a la salida del pueblo.



La armonía se rompe poco después al cruzar el inoportuno Polígono Industrial da Gándara, "plantado" sin mucho sentido en un amplio descampado en medio del camino. Después de las últimas paradas, se nos va echando el tiempo encima sin saber si llegaremos a tiempo para comer en Melide. No nos queda más remedio que aligerar el paso.

Encontraremos otro puente medieval, en este caso de cuatro arcos, al pasar sobre el Río Furelos, que da entrada en otro núcleo con buenas casas de piedra. En Furelos pasamos frente a la Iglesia de San Xoán sin detenernos, pues nos queda aún una pequeña subida para alcanzar nuestro perseguido objetivo. Son poco más de las 3 de la tarde cuando llegamos a la Avenida de Lugo, una vez en Melide, y entramos por la puerta del Ezequiel... todavía a tiempo para comer. Doble de pulpo á feira, ensalada, carne ó caldeiro y un buen viño tinto da terra que nos saben "a gloria" (en francés, très bien).



Después de un buen rato disfrutando de la comida, a una hora propicia para echarse una siesta, iniciamos la visita al casco antiguo de Melide; villa antiguamente amurallada que, situada en la encrucijada donde confluye el Camino Francés con el Camino Primitivo que parte desde Oviedo, se fue convirtiendo con el paso de los siglos en lugar de atención obligada a los peregrinos. En la Praza do Convento, junto a la Casa do Concello, se alzan el antiguo Hospital (hoy museo) y la Iglesia de San Pedro que forma parte del que fue monasterio de monjes franciscanos. Ya  la salida, nos llama la atención la portada de la Iglesia de Santa María, románica del Siglo XII.

Aunque hasta el final de etapa hay que cruzar varias veces la carretera N-547 entre Melide y Arzúa, nos separamos ahora del asfalto por un camino rural, y al salvar sobre una característica pontella de piedra la poza que forma el Rego Catasol, vuelven los robles y abedules a dominar el territorio. Los lugares de Raído, A Peroxa, Boente de Abaixo, Boente de Arriba, Castañeda, Pedrido y Río se alternan entre subidas y bajadas con los regatos de Valverde, Boente y Ribeiral. Los variados rincones que vamos encontrando a nuestro paso nos sirven de motivo para detenernos de vez en cuando a contemplar el paisaje.



Tras un último ascenso entre los eucaliptos del Monte de Doroña, después de atravesar la carretera iniciamos una larga bajada por una pista arbolada que nos llevará hasta el mismo cauce del Río Iso. Allí termina nuestra larga caminata de hoy, pues tras cruzar el puente de piedra se encuentra el Albergue de Ribadiso, al que llegamos bien pasadas las seis y media de la tarde, cuando al sol ya le quedaba muy poco recorrido.

Ribadiso de Abaixo es un paraje bucólico situado entre verdes prados y a la orilla de un río de aguas cristalinas. El albergue es público, y aprovecha las instalaciones del que fue Hospital de San Antón, que después de una acertada restauración ha recuperado su función original. Distribuido en tres edificios de piedra y cubierta de pizarra, en torno a un patio común, cuenta también con un pabellón más moderno dedicado a duchas, lavaderos y otros servicios. Pasa por ser uno de los albergues más recomendables del Camino, y es en verdad un sitio donde se recibe una buena acogida y la estancia se hace agradable. Cuando llegamos ya quedaban pocas camas libres, y nos asignaron plaza en la planta más alta, con buena calefacción.



Poco después de haber tomado posesión de nuestros dominios, salimos a cenar al mesón de al lado, un amplio local con gran afluencia de personal y también bien atendido. Nos juntamos en una mesa con un peregrino de Valladolid y, a pesar de que la comida del mediodía había sido abundante, también la cena lo fue. Al final nos costó terminar con la ración de queso que pedimos de postre porque, aunque estamos na terra do queixo de tetilla, no era gran cosa.


Después de la larga jornada de hoy nos hacía falta un buen descanso para afrontar la siguiente etapa, ya la última, y a ello nos dispusimos con todo interés. Poco más había que hacer en un lugar como éste, de máximo reposo y relajación.



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martes, 15 de febrero de 2011

ETAPA 23: SARRIA - GONZAR

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Martes, 19-10-2010: De Sarria a Gonzar (31 Km.)
  
¡Vamos de romería!

Niebla y frío a primera hora. Cielo despejado y buena temperatura el resto del día.



Al llegar a Santiago sólo obtienen La Compostela aquellos peregrinos que acreditan haber hecho al menos 100 Km. a pie o a caballo. Por este motivo, la ciudad de Sarria es el punto donde comienza su andadura un mayor número de personas, muy por encima de otros lugares tradicionales como O Cebreiro, Astorga, Roncesvalles o Saint Jean Pied-de-Port. El principio de la Escalinata Mayor está a 111 Km. de la Plaza del Obradoiro, y hasta allí se desplazan desde todas partes los que quieren cumplir con ese requisito. Y vaya que si se nota...

Después de la fiesta de la noche anterior, en la habitación del albergue nadie parece querer levantarse cuando pasa ya un buen rato desde que dieron las siete. Después de desperezarme bajo una buena ducha, me preparé el desayuno. Terminé de acondicionar la mochila en cuanto mis compañeros de cuarto encendieron las luces, y ya se había hecho de día cuando en medio de la niebla comencé a subir por la Calle Mayor. Antes de salir de la ciudad, una vez delante de la fachada del Convento da Madalena,  me veo envuelto en medio de una multitud que parece iniciar en ese momento el mismo itinerario que yo. Se trata de un grupo de 150 adolescentes franceses que van haciendo ciertas etapas seleccionadas del Camino Francés como parte de sus actividades escolares. Coordinados por sus profesores, y con un apoyo logístico bien organizado, llevan ya varios días de ruta.

A pesar de que llevo un ritmo algo más vivo que ellos, al llegar al Ponte da Áspera, un puente romano de cuatro ojos que salva el cauce del Río Pequeno, todavía no alcanzo a ver la cabeza del grupo, que marcha bastante estirado. La niebla sigue siendo espesa y la temperatura fresca, y no será hasta un buen rato después, en que sus profesores deciden hacer un alto, cuando puedo por fin dejarlos atrás.



Pero lejos de llegar a alcanzar de nuevo el sosiego del caminante solitario, la realidad me hace ver que eso va a ser muy difícil en la jornada de hoy. Es tal la cantidad de gente que me voy encontrando a lo largo del camino, que parece que estoy participando en una multitudinaria romería, y por mucho que vaya adelantando gente, siempre quedan muchos otros que caminan por delante de mí. Mal acostumbrado en las jornadas anteriores a disfrutar de cada rincón casi en exclusiva, esta sensación de ir permanentemente rodeado de gente llega a ser un poco agobiante. En cada pequeña parada, aunque sea para una simple foto, me adelantan al menos 15 ó 20 personas a las que acababa de sobrepasar, y a las que volveré a encontrarme poco después cuando recupere el ritmo que llevaba. En estas circunstancias, las palabras ¡Buen Camino! que se dedican normalmente dos peregrinos que se encuentran, se convierten ahora en un ritual absurdo.



Entre los pocos que marchamos en solitario caminan parejas o grupos, de jóvenes y no tan jóvenes; de hombres, de mujeres o mixtos; riendo, hablando o en silencio... cada uno a su ritmo. Entre gente muy variopinta se ven detalles curiosos que no había apreciado en todo lo que llevo andado hasta aquí, como aquella que va caminando sobre las piedras del camino en chanclas de ducha, llevando unas relucientes botas de montaña atadas a la parte superior de la mochila... o la que lleva el saco de dormir en la mano... o el que, además de la mochila, va cargando con dos voluminosas bolsas de plástico, una en cada mano... o los que, tras poco más de una hora de camino, se tienen que parar a descansar porque ya no pueden más, o porque las ampollas les queman en los pies... u otro que lleva múltiples elementos del equipo atados a la mochila, balanceándolos a cada paso como si se tratase del carro de un buhonero errante... ¿De dónde habrá salido toda esta gente?



A medida que voy avanzando, van quedando atrás los lugares de Vilei, Barbadelo, Rente, Mercado da Serra, Peruscallo, Cortiñas, Lavandeira, O Casal y A Brea. Poco antes de llegar a Morgade se encuentra el Marco K.100 que señala la distancia hasta la catedral, y es a buen seguro uno de los objetos más fotografiados del camino. Por fortuna, después de algo más de dos horas de ruta, muchos caminantes se han ido rezagando, y ya se puede disfrutar del paisaje sin tantos agobios.


Ya no hay que superar los grandes repechos de las jornadas anteriores, pero el paisaje sigue siendo espectacular. Las carballeiras se alternan entre zonas de cultivo, y generosos soutos alfombran el camino de erizos rebosantes de castañas, dando paso a verdes prados donde grupos de vacas pastan en aparente libertad. Algunos tramos de asfalto se alternan con otros de tierra, o con estrechos senderos que a veces se encharcan al salvar pequeños cursos de agua. Zonas abiertas a pleno sol se convierten de pronto en sinuosas y umbrías corredoiras, haciendo muy agradable y variado el transcurrir de la jornada. En el lugar de Ferreiros, junto a la Iglesia de Santa María, se prepara un equipado avituallamiento con coche escoba incluido, en espera del grupo de escolares que no tardará mucho en llegar.



Mirallos, A Pena, As Rozas, Moimentos y Cotarelo son tranquilos lugares de paso antes de comenzar el largo descenso al Valle del Miño, que ya se ve a lo lejos completamente cubierto por la niebla. Se acerca el mediodía, y al llegar a Mercadoiro es buen momento para detenerse aprovechando la amplia terraza al sol que han montado las hospitaleras que gestionan el albergue, una casa de piedra restaurada con gran acierto, y que poco a poco se va llenando de grupos de peregrinos necesitados. Sentado a la sombra de los árboles, en una mesa junto a un muro cubierto de hiedra, aprovecho el momento para dar un poco de paz a mi pierna, que ya empezaba a pedirlo.


A pesar de que la energía no me falta, y de que en ningún momento se me ha hecho excesivo el esfuerzo, en los últimos días he ido notando que la pierna izquierda se me carga progresivamente a la altura de la tibia hasta ocasionarme dolor. No me impide caminar, pero me obliga a detenerme cada poco más de dos horas para darle 15 ó 20 minutos de tregua hasta que la tensión se vuelve a relajar. Son ya muchos días acumulados y no me vendría mal un día completo de recuperación, pero a estas alturas seguiré tirando mientras pueda, con la ayuda de los antiinflamatorios que todavía me quedan. Aunque también he observado que si acompaño el descanso con una cerveza bien fría, la relajación es más efectiva, y en ello me aplico.



En la bajada hacia el Embalse de Belesar pasaré por las aldeas de Moutrás, A Parrocha y Vilachá antes de que aparezca la carretera y el largo viaducto que cruza el Río Miño. En la ladera de enfrente se levanta actualmente el pueblo de Portomarín, que aunque queda al margen del camino, los peregrinos que quieren finalizar aquí su etapa han de alcanzarlo subiendo por una escalinata que salva la carretera sobre el arco de piedra de un antiguo puente medieval, rematado por la Capilla de la Virgen de las Nieves. El embalse está ahora vacío, y a ambos lados del viaducto se aprecia la magnitud del valle inundado. También se pueden ver completamente descubiertos los restos de la primitiva ubicación de la villa, del malecón y del puente romano que cruzaba el río, construido en el Siglo II.



El primitivo Portomarín se asentaba inicialmente a una altitud inferior, junto al margen del río, pero al construirse la presa de Belesar en 1962, hubo de trasladarse por completo a la cima del Monte do Cristo, donde sus principales edificios fueron reconstruidos piedra a piedra en calles de diseño rectilíneo. Subiendo junto a las arcadas de la calle principal, en la plaza situada en la parte más alta destaca la Iglesia de San Nicolás (antes, de San Juan), una auténtica fortaleza de estilo románico levantada a finales del Siglo XII por los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, a quienes se encomendó el control del puente sobre el Río Miño. Coronada por dos torres almenadas, sobre su pórtico de entrada destaca un gran rosetón.


 Vuelvo atrás para salir de Portomarín y, tras cruzar el estrecho puente metálico que salva uno de los ramales del embalse, me  reencuentro de nuevo con el camino, que a partir de ahora se convierte en una prolongada subida hasta abandonar el Valle del Miño. En los poco más de ocho kilómetros que quedan hasta Gonzar vuelvo a la tranquilidad del caminante solitario, ya que Portomarín es un final clásico de etapa y allí se va quedando la mayor parte de los que empezaron a caminar en Sarria. El primer tramo de la subida marcha junto al cauce de un arroyo, el Rego de Torres, bajo la agradable sombra de los castaños, pero más adelante el camino se transforma en andadero, y avanza monótono en paralelo a la carretera.



Al paso por el lugar de Toxibio se puede ver el excelente hórreo de una finca bordeada por un murete de piedra, entrando aquí en una carballeira a la que siguen varios pequeños pinares que van separando el camino de la carretera. Enseguida se llega a la parroquia de Gonzar, un pequeño grupo de casas en el que se puede elegir entre dos albergues; uno público, en el edificio de la antigua escuela, y otro privado, en una casa de aldea rehabilitada recientemente.



Para llegar al Albergue Casa García hay que separarse de la carretera  por una calle en la que no falta el "tráfico pesado".  Está atendido por un par de hospitaleras originarias de Europa del Este, cuya recepción inicial es un poco "áspera", pero las instalaciones son buenas. Cuenta con bar, comedor y un acogedora sala de estar con chimenea en la que destaca una gran pantalla de televisión. Elijo una cama a mi gusto en un dormitorio soleado, casi vacío, y mientras llegan otros peregrinos despliego mis pertenencias sobre la cama.

Después de la ducha y el paso por la "lavandería" ya tengo todo listo para salir de paseo. Pero, para mi sorpresa, no saldré solo. En el dormitorio de al lado me encuentro con Philippe, que también ha llegado hace rato y en unos minutos termina de prepararse.



Cuatro casas mal contadas y un par de establos se agrupan en torno a la Iglesia de Santa María, pero al final de la aldea encontramos un bareto, El Descanso del Peregrino, donde por fin nos podemos tomar con tranquilidad un par de Estrellas. Philippe me hace la crónica de estos dos últimos días y de su visita a Samos. Dice estar encantado de su recorrido por Galicia, ya que tanto su paisaje como su gente le inspiran paz. Yo le hablo también de mi experiencia, y le muestro en unas fotos lo que son las berzas, porque en la cena de Fonfría me fue difícil explicarle de dónde salía la verdura que llevaba el caldo que nos comimos. Ambos perfeccionamos idiomas.



De vuelta al albergue nos espera todavía otra sorpresa. Allí nos encontramos con Pablo, el mejicano que me acompañó durante la travesía desde Carrión de los Condes hasta Calzadilla de la Cueza, y al que ambos habíamos conocido durante la cena internacional en el albergue de Boadilla del Camino.

Cenamos los tres en el albergue y, después de un rato de conversación, acordamos hacer juntos el resto del camino hasta llegar a Santiago. Antes de acostarnos todavía nos dio tiempo a ver la primera parte del partido de la Liga de Campeones entre el Real Madrid y el Milan. Lo suficiente para que el Real Madrid se adelantase por 2-0 en el marcador con goles de Cristiano y Özil.



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