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Domingo, 10-10-2010: De Boadilla del Camino a Calzadilla de la Cueza (42 Km.)
Ancha es Castilla... Y larga...
Nuboso o muy nuboso con algunos claros. Temperaturas frescas.
Después de un animado desayuno, salgo del albergue caminando por la llanura junto a Philippe y Ryohei, pero no será por mucho tiempo, porque yo he programado una etapa larga y ellos tienen planes diferentes para esta jornada. En las afueras de
Boadilla, el camino discurre junto a una agradable hilera de chopos y en paralelo al
Canal de Castilla. Llegando a
Frómista se cruza el canal por un pequeño puente que atraviesa el antiguo sistema de esclusas que lo hacía navegable.
El
Canal de Castilla es una gran obra de ingeniería realizada entre los Siglos XVIII y XIX por iniciativa del Marqués de la Ensenada, para facilitar el transporte de cereal desde las llanuras de la meseta al puerto de Santander. Con una longitud de 207 kilómetros, es navegable a lo largo de sus dos ramales, y fue surcado por numerosas barcazas cargadas con cereal hasta que perdió vigencia con la llegada del ferrocarril. Actualmente se usa para regadío.
Quelle Beauté! exclama el francés cuando, llegados a
Frómista, vemos aparecer esta pequeña joya del arte románico delante de nuestros ojos.
La
Iglesia de San Martín de
Frómista fue construida en la segunda mitad del Siglo XI por orden de Doña Mayor, condesa de Castilla y viuda del rey Sancho III de Navarra, como parte de un monasterio hoy desaparecido. En ella trabajaron algunos de los canteros que participaron en la construcción de la catedral de Jaca. Después de sufrir un largo período de abandono, fue desmontada y reconstruida en el Siglo XIX . Junto a las
catedrales de Jaca y Santiago y a la
Iglesia de San Isidoro de León, representa la cumbre del románico español.
A la temprana hora en que llegamos, la iglesia todavía no estaba abierta. Philippe tenía interés por visitar el interior y se quedó aquí, mientras que los otros dos seguimos nuestro camino.
Au revoir, mon ami! Nous nous reverrons, bien sûr! A la salida de
Frómista enlazamos con un andadero, lo que, salvo contadas excepciones, será la tónica general de las jornadas que quedan para llegar hasta
León. Esta solución de construir una vía paralela al asfalto se adopta para salvaguardar la integridad física de los peregrinos en los tramos donde el camino coincide con carreteras asfaltadas y en un trazado con escasos desniveles.
Seguimos avanzando con la incómoda compañía de la carretera, y antes de llegar a
Población de Campos dejamos a un lado la
ermita de San Miguel, coqueta capilla construida en el Siglo XIII. Vamos pasando después junto a los caseríos de
Revenga de Campos y
Villarmentero de Campos, cada uno con su sobria iglesia parroquial.
De vez en cuando cruzo algunas palabras con Ryohei que, aunque no sé si entiende todo lo que le digo, siempre sonríe. El paisaje no da mucho más de sí en los casi catorce kilómetros que hay hasta llegar a
Villalcázar de Sirga, otra de las localidades del Camino que merece que se le dedique una parada.
La Villa perteneció a la Orden de los Templarios, que construyó un templo-fortaleza a finales del Siglo XII en un estilo de transición entre románico y gótico, la
Iglesia de Santa María la Blanca, que por sus dimensiones más parece una catedral. Además de un rosetón frontal, sobre la portada principal destacan las figuras en piedra de Jesús y sus apóstoles. En su interior se conservan los restos del infante don Felipe y de doña Leonor, hijo menor y segunda esposa de
Fernando III el Santo, el rey que unificó las coronas de Castilla y León en un solo reino. Su hijo mayor
Alfonso X el Sabio, se inspiró para componer las
Cantigas en los numerosos milagros que se atribuían a la imagen de la Virgen que allí se custodia.
Después de la visita al templo me despido de Ryohei, que decide pedir plaza en el albergue y dar por terminada su etapa, con lo que a partir de aquí he de continuar la ruta en solitario. ¡Adiós al
"caballero de la eterna sonrisa"! Antes de salir de
Villasirga, me detengo un instante en un mesón situado frente a la iglesia para tomar un tentempié (el obligado
cañón con ración doble de tortilla). Me quedan casi seis kilómetros del monótono andadero que continúa por el páramo hasta llegar a
Carrión de los Condes, ciudad que según el
Códice Calixtino ya en la Edad Media era "rica en pan y vino".
Se entra en
Carrión por la
Avenida de los Peregrinos y, junto a los restos de las murallas de su casco antiguo, se deja a la derecha la
Iglesia de Santa María del Camino, en la que se puede ver un pórtico lateral techado sobre cuatro arquivoltas. En las animadas calles del centro urbano se encuentra la fachada de la
Iglesia de Santiago que, construida en el Siglo XII, se emplea actualmente como sala de exposiciones. Destaca por las trabajadas figuras del friso superior, donde se representa el Juicio Final con el Cristo en Majestad, los cuatro Evangelistas y los doce Apóstoles. Es domingo, hora del vermú, y la buena temperatura anima a la gente a salir a las calles, que parecen un hervidero de gente ociosa.
En la villa, cuna del Marqués de Santillana, hay además otros edificios civiles y religiosos dignos de mención, como el
Ayuntamiento, las
murallas medievales, la
Iglesia de San Julián, la de
San Andrés, el
Santuario de la Virgen de Belén y varias ermitas menores. Al salir de la localidad, después de atravesar el
puente de piedra sobre el
Río Carrión, frente a una frondosa chopera se alza el voluminoso
Monasterio de San Zoilo, hoy convertido en hospedería, que guarda en su interior un hermoso claustro plateresco y cuya iglesia acoge las sepulturas de los Condes de Carrión.
Me enfrento a continuación a uno de los tramos despoblados más largos del Camino Francés. Casi diecisiete kilómetros de "travesía en el desierto" me esperan antes de llegar a
Calzadilla de la Cueza, gran parte de los cuales siguen por lo que fue la antigua calzada romana denominada
Vía Aquitana, trazada entre Burdeos y Astorga, de la que ya no se aprecian restos. El camino tiene un firme amplio, compactado a base de tierra y gravilla; en el paisaje domina el secano y las rectas interminables, con escasas sombras y sin un solo pueblo ni fuente de agua potable, lo que hace obligatorio iniciar el tramo con la cantimplora bien llena y algo de comida en la mochila.
Resignado a superar la tediosa prueba que tenía por delante, acababa de echar a andar cuando una bendición se cruzó en mi camino. Era
Pablo, el mejicano con quien había compartido mesa en la cena de la noche anterior en el albergue de
Boadilla y que, a partir de ahora, sería para mí
"San Pablo". Seguimos adelante juntos y, gracias a la animada conversación que entablamos, en la que tratamos temas de lo más variado, el que se preveía como recorrido inteminable se transformó en un agradable paseo en el que poco reparé en distancias o en tiempos.
A partir de la
Abadía de Benevívere, hoy convertida en explotación agraria, la llanura sólo se ve alterada por un par de pajares, escasos arbustos o alguna solitaria encina. Las únicas referencias son los cruces de caminos que vamos dejando atrás, algún canal de riego o una moderna área de descanso sin agua potable montada en atención a los peregrinos. Pero llegamos por fin a nuestro destino, y a eso de las seis de la tarde vemos el cartel que anuncia el albergue a la entrada de
Calzadilla de la Cueza, que con sus 75 habitantes es la mayor aglomeración urbana de esta parte del planeta.
Además de naves agrícolas y algún palomar, el pueblo tiene poco más de cuatro casas junto a la
Iglesia de San Martín, levantada casi toda en ladrillo, y algún coche solitario aparcado en la calle. Aquí comienzan a verse las primeras construcciones de adobe y tapial, ya que el barro arcilloso será, mezclado con piedras o paja, la principal materia prima empleada en los pueblos de esta zona. El cementerio está un poco alejado del núcleo, destacando en el horizonte por su alto campanario. El lugar transmite soledad y aislamiento en medio del silencio.
Poco hay que contar de las horas que siguen. El movimiento de personas lo protagonizan casi en exclusiva los peregrinos que se trasladan desde el albergue hasta el único mesón donde sirven comidas. Después de dar buena cuenta del bocadillo que todavía llevaba en la mochila, me conformo con leer allí el periódico y tomar un café con leche. Hoy toca acostarse pronto. Mañana será otro día.
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